miércoles, 15 de febrero de 2012

La dama y el estudiante

La descubrió sin esperárselo cuando,deslizándose al azar por calles oscuras y vacías  tras una noche larga y mojada, se halló frente a ella.
Aquel primer encuentro apenas pareció causarle huella. Pero, un día, de camino a la universidad, decidió de repente variar su rumbo habitual, para volver a divisarla.
Tenía algo. Inexplicablemente, su frio rostro caldeaba su cuerpo, su silencio perpetuo provocaba su grito.
Tarde tras tarde, regresaba  a aquel lugar y se pasaba horas contemplándola. Alguna vez se creyó bendecido por el resplandor de su mirada, pero pronto se decepcionó, al observar que la ingrata repartía por igual las caricias de sus ojos.

Una mañana dejó de asistir a clase. ¿Para qué , se dijo,seguir investigando los misterios del mundo, si el único que ansiaba descubrir se le negaba?
Con lluvia o sol, viento o  nieve, desde el amanecer al ocaso terminó permaneciendo junto a ella. Y cuando la noche llegaba y las estrellas coronaban el rostro de su amada, la seguía contemplando hasta que el cansancio le vencía, solo para continuar admirando su figura en sus sueños.

Sus amigos intentaron disuadirlo. Es una locura, ella no es para ti, le decían. Pero el  ignoraba sus suplicas. Ya sabía que no podía aspirar a que una reina, toda una reina, fijara su corazón en un patético estudiante, pero a él le bastaba recibir su sombra para sentirse feliz.

Un día, frente al lugar desde donde rendía culto a su diosa, se detuvo un coche de caballos. Del mismo descendieron varios robustos hombres, y tras una breve y desesperada lucha, lo arrastraron, atado, al interior del carruaje.
Sin mediar palabra, lo  transportaron hasta una gran mansión, llena de ventanas, todas repletas de enormes barrotes.
Casa de reposo, proclamaban las letras labradas en el dintel de la entrada. Manicomio, susurraban asustados mientras se persignaban los campesinos del entorno.
Allí fue internado el joven, y durante meses permaneció encerrado, mientras suplicaba llorando que le devolvieran junto a su amor.
Pronto su apariencia se tornó aun más tenebrosa. Perdió peso, su tez empalideció hasta reflejar la luz. Era un alma en pena, mas muerto que vivo, al que solo sostenia la esperanza del reencuentro.
Una noche, algún carcelero distraído (o tal vez, el destino misericordioso), dejo abierta una puerta, y por ella Stefan se deslizó hacia la libertad.
Sin detenerse ni un instante, recorrió lo que le parecieron leguas sin fin, hasta alcanzar la ciudad.
Con sus últimas fuerzas, regresaba a buscarla.

Pero ella se había ido.

Al alcanzar el vacio hogar de su señora se desplomó exhausto a sus pies y allí, mientras el alma se le escapaba, dedicó su postrero aliento a la reina de su corazón.
La mañana siguiente le encontraron, muerto, sosteniendo en la mano una rosa de piedra.
Cuando un mes después la escultura de la reina Isabel retornó a su pedestal tras su restauración, el triste incidente había sido casi olvidado.
Pero aún hoy, en ocasiones, algún observador perspicaz se da  cuenta de que en el ramo que porta la estatua, falta una flor…