Pocas cosas hay más inútiles en la existencia que medirla en
años. Es como juzgar un libro por el número de páginas, en lugar de por su
contenido.
Se puede tirar la vida. Dedicar años y años, metódicamente,
casi sin esforzarse, a dejar que el mundo y las cosas pasen alrededor tuya,
mientras metido en una burbuja evitas implicarte. No sufres, tampoco amas.
Piensas que si no sientes no te dolerá.
Cierto, porque a un muerto nada le
duele.
La vida es eso que les pasa a los
demás, mientras tú miras desde la ventana, cerrada, de tu torre de marfil. Y así
pasa el tiempo, sin objetivo aparente…al menos que consideres que el objetivo
es justo ese, que pase.
Y teniendo en cuenta el inevitable final con el que
acaba el juego, pocas cosas pueden ser más estúpidas. Y en realidad lo sabes,
pero si lo admitiera tendrías que hacer algo…
La mayor parte de mi vida he considerado que era un desastre
completo, que no servía para nada. Demasiados complejos, demasiada cobardía. Si
agachas la cabeza una vez, es más fácil agacharla una segunda, y una tercera.
Al final creerás que es lo que tienes que hacer, siempre. Escoger lo menos duro, evitar los retos,
dejar que otros resuelvan las dificultades.
Hubiera podido seguir así por siempre, pero… Tuve suerte.
Lo primero, nunca
culpé a los demás de nada, como intentó no hacer jamás sobre cosa alguna. Si
quieres ser libre, no puedes eludir la responsabilidad. Y si quieres ser feliz (que
es lo único que merece la pena buscar en
este espera permanente hacia lo inevitable que son nuestros días), quejarte,
amargar tu existencia y la de los demás con tonterías son el camino equivocado.
Antes de quejarte de lo mal que esta el mundo y lo duro que es contigo, plantéate
de verdad si es cierto. La mayoría de las veces el problema no es el mundo,
eres tú y la mirada equivocada con que lo contemplas. Y luego…
Por un lado, un día, de repente, me di cuenta de que no era
un inútil en mi trabajo. Que se me daba bien, que la gente terminaba contenta
conmigo, y sobre todo, que me gustaba. Que no estaba haciéndolo solo por tener
algo a lo que agarrarme, sino que el trabajo en sí, su resultado, era una
satisfacción personal, que por fin, en algo, podía estar orgulloso de mí mismo.
Creo que el momento en que esto sucedió, hará unos 4 años, fue uno de los más
importantes de mi vida.
El otro motivo de mi cambio, que me destrozaron el
corazón.
Seguramente, es lo mejor que me ha pasado nunca…
Hace tres años, un 13 de diciembre del 2009, escribía
esto:
“Nació con el don de la risa,
y la intuición de que el mundo estaba loco…”
Así comienza Scaramouche, en lo que es uno de los mejores principios de la
historia de la literatura. De hecho hay muchos libros (y vidas), que no llegan
a poseer en todo su extenso (y baldío) contenido una chispa de genialidad
semejante.
¿Pero…cuando comienza algo, realmente?
Generalmente las historias que vemos o leemos, se limitan a mostrarnos un
periodo limitado de la vida de una persona (o sociedad, o época). Fijémonos en
el Quijote. Nos encontramos con un protagonista de edad avanzada, y conocemos
sus peripecias a lo largo de un cierto tiempo, muy reducido. Pero todo lo que
fue su vida anterior queda definida en unos pocos párrafos.
En cierto sentido, si seguimos el hilo del pensamiento, podríamos decir que no
importa lo larga que sea una vida, sino lo que en ella se viva. Que alguien
puede tirar quince o veinte años de su existencia, perdido en la inanidad, y
luego vivir en seis meses experiencias suficientes como para escribir varios
libros (o al menos uno delgado con letras gordas). Y esas vivencias pueden ser
hermosas, o terribles, pueden llenar el corazón de gozo, o rasgarlo con
cicatrices indelebles. Porque no existe día sin la noche, como no puede existir
la alegría sin el dolor.
Pero…el día que de verdad entendemos que es mejor arriesgarse y fallar (ese
manoseado “mejor haber amado y perdido, que nunca haber amado” no por repetido
menos cierto) que encerrarse en una concha intentado no sufrir (y con ello de
paso negándonos el acceso a la felicidad), ese día, seguramente volvemos a
nacer. Y tal vez ese nuevo comienzo sea mucho mas verdadero que aquel lejano
momento del que nunca podremos acordarnos porque la consciencia de nuestro ser
llega siempre con unos años de retraso.
Nunca, nunca, es demasiado tarde para volver a empezar, y a veces es necesario
un traspiés, una dolorosa caída, para volver a levantarse y arrancar de nuevo.
Lo que nos hizo a los humanos lo que somos fue nuestra facultad de adaptación,
nuestro cambio perpetuo. Porque si algo nos caracterizas, es que no somos (y
malo del que sí que lo sea), la misma persona a los 20 que a los 30, de que el
recorrido vital que hacemos va sumando experiencias, que a modo de ladrillos
nos ayudan a seguir construyéndonos continuamente a nosotros mismos.
Y aunque
pensemos que no podemos hacer algo, aunque seamos incapaces de imaginarnos
haciendo ciertas cosas, muchas veces nos llevamos la sorpresa, años después, de
que tales cosas las hicimos. Y no es que nos convirtiéramos en superhombres, ni
magia alguna nos tendió la mano para ayudarnos. Solo nosotros somos capaces de
derrotar a nuestro mayor enemigo, nosotros mismos, y el peligroso conformismo
que nos atenaza. Nunca digamos “No podemos”, al decirlo plantamos la primera
piedra para el desastre.
Y al tiempo, debemos dejar de vivir el pasado (porque no podemos vivir algo que
está muerto por definición), y pensar que siempre mañana será otro día, con 24
nuevas horas esperando que las usemos para lo que queramos. Y nadie más que
nosotros seremos responsables de nuestros actos y nuestras decisiones, de
nuestros fracasos, pero también de nuestros éxitos. Porque esa libertad nuestra
que tanto temor causa a casi todo el mundo (si existen los totalitarismos es
por el miedo que la gente se tiene entre sí, y en el fondo, a si misma) es lo
que nos hace ser una especie de dioses a pequeña escala.
Ayer cumplí 34. En los últimos tiempos, cada cumpleaños era para mí un trago
amargo, un paso más hacia el final del camino, un estar más cerca del adiós, un
ver como la juventud se me escurría entre los dedos, como los granos de arena
de la playa. Y eso, el pensar más en el final que en el recorrido, me impedía
disfrutar de todo lo que la vida ofrece.
Ayer sin embargo, estaba contento. He cambiado, me encuentro más vivo que jamás
en mi vida, intento superar día a día los miedos que me atenazaban, y
arriesgarme donde antes me retiraba, hacer cosas nuevas, descubrir nuevas
experiencias. Nada está escrito, y aunque el amargo fruto de la derrota sea más
de una vez el único premio que me aguarda, prefiero cosecharlo antes de ser un
mero espectador de mi propia existencia.
Si alguien me hubiera dicho tres meses atrás que vería el mundo con estos ojos,
le habría tachado de loco. Para mi entonces solo se abría por delante un
tenebroso y oscuro túnel sin final. Descubrir que tenia salida, y que tras él
el sol brilla más fuerte que nunca, es seguramente lo mejor que me paso jamás.
Nunca rendirse, nunca bajar los brazos, siempre tener esperanzas, pero al
tiempo poner el esfuerzo necesario para que esas esperanzas no sean mera
quimera. Y si, sin duda, tener suerte, y que los hados sean benignos contigo.
Pero una cosa es que la suerte influya, y otra dejar a nuestro destino
únicamente en los cambiantes designios de la diosa fortuna.
Me despido de vosotros, deseándoos que mañana sea otro día…que es mucho más de
lo que parece….
El año siguiente, un 12 de diciembre del 2010, añadía
estas
palabras a lo anterior:
Volvemos al presente, 12 de diciembre del 2010.
…Y pasó un año. Y ahora, conduzco, en uno de esos pequeños milagros cotidianos
que nada parecen y todo lo son. Y tras un principio de otoño frenético, estrené
coche, trabajo, y piso. Me dio tiempo a sentir dolor, alegría, esperanza,
desilusión, a estar en una nube y a caerme de ella, a creer que me ahogaba y a
respirar al fin, a andar un trozo más del camino…en suma, a vivir. Y ahora, en
una especie de truco lingüístico, las palabras se trastocaron, dejé de ser un
joven maduro, para pasar a ser un maduro joven…
Releo ahora lo que escribí en mi anterior cumpleaños, y en cierto sentido, y
por una vez, me siento orgulloso. Este año cambio mi vida, y en muchos casos
sin que por entonces hubiera podido imaginar lo que iba a suceder. He hecho
cosas, me he arriesgado, me he atrevido, he cambiado. Y si, algunas veces salió
cara, otras surgió la cruz. Pero al menos la moneda giró, estuve en el juego,
deje de ser espectador, para protagonizar mi propia historia. Y aunque la
sonrisa de mi rostro sea amarga en ocasiones…sigue siendo una sonrisa.
Y ahora, si, volvemos de verdad a la realidad actual.
Y si jamás hubiera podido imaginar entre los 34 y los 35 lo
que me iba a suceder, creo que aún más me costaría creer lo pasado en los dos
últimos años.
Y aunque parezca que
buscó, como en una de esas almibaradas películas de amor de sobremesa, darle un
toque emocionante al argumento, fue
justo esa fecha en la que escribí lo anterior, justo esa noche, cuando algo comenzó
a palpitar en mi interior.
Una cena entre
compañeros. Tras la misma, acudimos a
continuar la fiesta a un antro al cual jamás he vuelto a acudir. Y allí,
entre copas y canciones, la vi.
En realidad, para ser
absolutamente sincero, ya la había “visto” antes y ya me gustaba. Pero ese
noche, mientras la miraba bailar, disfrutando como una niña con zapatos nuevos,
sacando el ritmo que guarda en su cuerpo, siendo libre, como solo lo es cuando
se deja arrastrar por la música, en ese momento, supe que tenía que ir a por
ella, que si no lo hacía seguiría siendo el hombre más estúpido del mundo.
Y tomé el propósito de intentar conquistarla. A mi modo lento y torpe,
pero a mi modo. Sin dejar que nadie me aconsejara ni me dijera como actuar,
esto era entre ella y yo, entre esa diosa pelirroja alrededor de cual se movía el
mundo aquella noche otoñal y este menudo mortal al que había embrujado.
Y no puedo quejarme. A pesar de que descubres que el amor no
es algo a lo que llegar sino que mantener, no una meta, sino un camino. Y que
en el resto de los días que te quedan por vivir nunca volverá a haber descanso.
Pero de eso se trata, de vivir.
Y es a lo que pienso dedicarme cada minuto que me resté, con
pasión, disfrutar de lo que hago, disfrutar de lo que tengo, disfrutar de lo
que aún me queda por aprender. Y que el día que me detenga, que pierda la
curiosidad, sea el último.
Hasta entonces…