Me atrapaste de improviso, y en lugar
de luchar, me rendí sin condiciones. Hoy se cumplen un año y un día
de aquel momento en el que dictaste sentencia. Yo era culpable, lo
admití, y desde entonces pago mi pena. Pero, lejos de desear la
libertad, me ciño las cadenas, cierro el candado y arrojo las llaves
al vacío.
Ni purgué mi delito ni de nada me
arrepiento. Solo deseo permanecer eternamente prisionero, siempre que
tu seas el guardián de mi prisión. Allí, en los muros de mi
celda, donde trazados se hallan los días de mi castigo, coloque al
final de la cuenta, esperanzado, el signo del infinito.