Cuando era niño, recuerdo que ansiaba ser mayor. Para saber de todo. Creía
que los adultos tenían el secreto del conocimiento, que si te mandaban y te
decían que tenías que hacer era porque ellos no tenían dudas ya. Crecer era en
suma, en mi pensamiento, estar lleno de seguridades.
Con el tiempo te vas dando cuenta de que nada de eso es cierto. Pasan los
años y no bajó aún el espíritu santo a revelarte la verdad sobre las cosas. Y sabes
que ya nunca lo hará. Te diste cuenta de que tu eres ahora uno de esos adultos que te decían que hacer. Y que
en realidad no sabes que hacer. Y a poco que sigas el hilo de tu pensamiento,
comprendes que ellos, en su momento, tampoco lo sabían.
No, lo importante no era saber, sino
parecer que sabían. Y que no se notaran las dudas. Ese “Porque yo lo digo” tras
uno de esos insistentes “¿Y por qué?” infantiles era en realidad un reconocimiento de una derrota. Habías ganado,
pero tú por entonces pensabas que habías perdido.
Si cuando uno es “viejo” comprende ciertas cosas suele ser más por haber
cometido cien errores que por haber leído mil libros. Experiencia, lo llaman.
Seguramente nada es más importante. Y sin embargo nuestra sociedad a veces
parece querer negarnos ese don.
Sobre protegemos a los niños hasta que ya no lo son, y aún así seguimos
tratándoles como tales, hasta que llegado un momento, les abandonamos. Búscate
la vida, encuentra un hueco donde acomodarte, vive como un animal salvaje,
aunque sólo seas un pobre cachorro domesticado, que no sabe moverse demasiado
bien en esa jungla que es la vida laboral. Y luego nos extrañamos de que,
criados entre comodidades, pidan ayuda.
Si nos negamos(o les negamos) el derecho a cometer errores, nos arrebatamos
el premio a aprender de los mismos, a madurar, a convertirnos por fin en
adultos. Porque ser adultos, en primer lugar, significa asumir
responsabilidades. No es tanto una edad física como mental. Otra cosa es
hacerte viejo. Son conceptos que a veces se confunden en el tiempo y en el espacio,
pero que no son sinónimos.
Hacerte mayor. En esas dos palabras está implícito uno de los cambios más
radicales que cualquier persona va a sufrir a lo largo de su vida. Y va llegando en pequeñas dosis, sin apenas
darte cuenta de que está pasando, hasta el día en que, de repente, lo ves.
Hay un momento en la vida en que la perspectiva cambia. No es que dejes de
avanzar, pero es como si hubieras terminado de subir una larga cuesta y
comenzaras el descenso hacía el final del trayecto.No sólo eso, tienes la sensación
de que vas más rápido, que todo va más rápido. Y aunque quieres frenar, no
puedes.
Ser mayor es ir mirando cada vez más hacia atrás que hacía adelante, que te
des cuenta de que has perdido ya muchas cosas que jamás volverás a recuperar,
que sólo permanecen en tus recuerdos, cada vez más difusos.
Vas siendo consciente del aterrador paso del tiempo, de cómo la arena no
deja de caer, con un sonido tenue, pero imposible de ignorar, convirtiéndose en
la banda sonora, permanente, de tu subconsciente.
No eres viejo, aún, pero ya no eres joven. Ya
no eres joven, te repites, mientras comprendes las tremendas implicaciones de eso.
Y de que en el camino de la vida, ya no hay marcha atrás.
Y de pronto entiendes que nunca tendrás
tiempo para todo. Que de todos esos libros que has ido dejando para después,
muchos nunca los leerás. Y ahora recuerdas todas esas ocasiones en la que
perdiste el tiempo inútilmente, en todas esas oportunidades de hacer cosas que
dejaste pasar, en como desperdiciaste, sin sentido, tu vida. En suma, en como
dejaste de vivir, para dejar simplemente pasar la existencia. Pocos delitos tan
graves, pocos que tengan implícitos en si mismos tanto castigo. Una especie de
suicidio a plazos.
Hacerte mayor es, sobre todo, por encima de
todo, darte cuenta de que esa sensación de eternidad que teníamos de
jóvenes era una ilusión, de que somos
finitos, mucho más de que lo nunca pensábamos que fuéramos. Vas viendo irse
gente, cercanos y lejanos. La muerte ya no es algo que vieras casi como un mito,
la ves a tu alrededor, como una vecina incomoda y cercana.
Si uno lo piensa demasiado, es algo terrible.
La inexorabilidad de nuestro destino, el final seguro al que todos, tarde o
temprano estamos condenados, esa sensación de futilidad de todas nuestras
acciones. Por eso no hay que pensar demasiado, o terminaríamos creyendo que la
vida no es en realidad otra cosa que una larga carrera hacía la muerte. Que
Vivir es ir muriendo.
Igual, por eso, tenemos hijos. Es la forma
que tiene la vida de decirnos que aunque nosotros faltemos, algo nuestro
seguirá perdurando. Si nuestro talento
no nos permite crear grandes obras que sigan haciendo sonar nuestro nombre en
nuestra ausencia, al menos la naturaleza nos concede otra forma de
perpetuarnos. No somos nuestros hijos, pero una parte de ellos, somos nosotros.
Y hay más, mucho, mucho más…
Volvamos a nuestro pasado. Hasta donde seamos
capaces de llegar, a nuestros primeros recuerdos. En mi mente aparecen un atropello, un atlas, una
tarde de lluvia gallega, un viaje en el autobús, un recreo. Casi no son ya
imágenes, apenas destellos, unos cuantos fotogramas de cine mudo. La memoria se va, y nunca volverá.
De hecho alguna de esas cosas que recuerdas ya no son memoria, sino creaciones
de tu propio cerebro. Cada vez es más difícil estar seguro de que fue real y
que maquillaje mental.
Pero
aunque ya no estén ahí los recuerdos, una cosa permanece. Las sensaciones de
descubrimiento. Nada, ninguna otra cosa
que podamos ir extraviando con el tiempo es más dolorosa que la perdida de esa
sorpresa, de ese ver, sentir por primera vez algo.
Todos
intentamos agarrarnos a los últimos rescoldos de ese fuego casi extinguido.
Basta ver a esos ancianos sumergidos en la nostalgia de esos tiempos en los que
eran jóvenes. Y no, en realidad no echan de menos esos tiempos, echan de menos
esa edad.
Por mi
parte, si hay algo de lo que estoy orgulloso, por encima de casi cualquier otra
cosa, es ver que en mi interior aún sigue ardiendo la llama de la búsqueda. De querer
saber más. De perderme en el océano de internet, navegando entre artículo y
artículo de la wikipedia, en busca de
nuevos conocimientos. El día en el que
piense que ya se lo suficiente, que no hace falta buscar más allá, ese día, es
cuando de verdad estaré muerto. Aunque siga respirando.
La curiosidad mató al gato, pero a mí me da la
vida.
Regresemos
al presente. Más allá de esa perpetuación de tus genes, tener un hijo es precisamente
como una segunda oportunidad que nos da la vida. De volver a sorprendernos con la
magia del descubrimiento.
Porque si,
para tu retoño todo es nuevo…exactamente igual que para ti. Cada
nuevo paso que da él es un nuevo paso para ti, y cada día, aparece algo nuevo
que anotar. El marcador de recuerdos avanza a un ritmo frenético, con la
gratificación de que todos ellos son ahora compartidos.
Es una oportunidad tan enorme, que
desaprovecharla no es una opción. Paradójicamente algo que te hace mayor (ser
Padre implica una asunción de responsabilidades como casi ninguna otra cosa en
el mundo), es a la vez algo que te da nueva vida. Nada es nunca tan simple como
parece.
Y ahora, una vez expuestos ciertos temas,
vamos de verdad con el meollo de la cuestión.
Lo que no he perdido tampoco con la edad,
como podéis comprobar, ni un ápice, es mi facultad de divagar. Uno esperaría
que después de tres páginas, párrafo tras párrafo de densa escritura, el autor
hubiera comunicado, de algún modo, el sentido de este texto. Y lo hice, pero a
mi manera.
Mañana cumplo cuarenta años. Llevo desde hace
unos meses con eso en el pensamiento. Viendo acercarse las cifras en el horizonte,
cada vez más y más grandes. Se me antojaban una especie de puerta hacía la
vejez. Como si cumplir 40 años implicara volverme, de pronto, un anciano. Y por
mucho que intentaba no dejar que mi pensamiento se dirigiera en ese sentido,
sabía que mi cerebro proseguía con ese hilo, subrepticiamente, allá donde no
podía verlo pero si sentirlo. En los últimos tiempos cumplir años era un
placer, porque estaba gozando de la vida como nunca antes lo había hecho. No me
sentía más viejo, sino más pleno, no se acumulaban los años, sino las
experiencias... Pero ahora, de golpe, parece que todo se torcía por un simple
número. Nada más que un número.
Menuda gilipollez.
Pero sin embargo, sí que hay un momento este
año en el que mi existencia se transformó, para siempre. Y se justo cuando fue.
El dos de enero, a las 21:00, cambio mi vida.
Una hora y media después nacía Marco.
Ese espacio de tiempo, esa eternidad de 90
minutos, es el más terrorífico que he vivido jamás.
Aún me cuesta (y no creo que eso logre
superarlo jamás, esa sensación seguirá conmigo, para siempre) volver a recordar
a esos momentos sin que mi cuerpo se estremezca. De cómo ir a cenar una pizza
se tiñó de rojo, de ese miedo tan salvaje que nos asaltó, de ver como el mundo
parecía derrumbarse a nuestro alrededor.
Soy capaz de rebobinar a cámara lenta cada uno de esos instantes, de que
en mi mente resuene cada palabra, de resucitar la angustia mortal de cada uno
de esos segundos.
No recuerdo las caras de esos ángeles que vinieron a
salvarnos a todos (porque nos salvaron a todos, no sólo a mi hijo y a mi mujer)
porque en aquellos momentos hubiera sido incapaz de memorizar cualquier rostro.
Eso me jode, me jode muchísimo, porque si alguna vez me los volviera a
encontrar sería incapaz de darles las gracias como se merecerían.
Y luego, su marcha, mi soledad momentánea, la
soledad más enorme que he sentido nunca. Me recogieron, alguien que siempre
está ahí cuando lo necesitas, llegamos al hospital.
Allí, más angustiosa espera, una llamada, y
unos minutos de breve respiro, al poder ver qué madre y bebé estaban bien. Pero
empiezas a ver caras de preocupación entre el personal, sabes que no te lo
quieren decir, pero en sus rostros te lo están diciendo. Algo no va bien.
Y de nuevo, otra vez la espera, mientras en
el interior del quirófano se está jugando todo. Y entonces, como durante todo
ese tiempo, te vuelven a asaltar el
mismo pensamiento, una especie de pacto con el destino: si tienes que llevarte
a alguien, que sea a mí, pero deja que ellos vivan.
Ahora rememoro eso, llorando mientras escribo
esto (si, los hombres lloran, y pienso seguir haciéndolo, cada vez que me
emocione) y es cuando entiendo que lo de cumplir los cuarenta no es más que una
inmensa basura. Que en realidad, desde ese día, todo lo que viva es vivir de
más, que volví a nacer, y poca gente puede tener esa inmensa suerte, y sólo me
toca dar las gracias por tener esa oportunidad.
Se abre la puerta. Cuando a veces se dice que
una imagen vale más que mil palabras, nos quedamos cortos. No recuerdo tampoco
el rostro de la enfermera que salió, pero si su sonrisa. Esa cara de “todo fue
bien”. Antes de que dijera nada, pude
volver a respirar. Me dijo que ella estaba bien, que tenía que recuperarse de
la operación. Y que si quería pasar a ver al niño. La seguí, cojeando, física y
mentalmente.
Me dejó sólo, en un pasillo. Por un segundo,
pensé que se había equivocado, allí no había nada. Hasta que me giré. Y desde
allí, desde la incubadora donde reposaba de su llegada a un nuevo mundo, me
dirigieron la mirada más intensa que jamás he recibido. Porque sin realmente
mirarme la sentí dentro de mis entrañas. Y empecé a llorar.
Jamás he sido tan feliz como durante ese
llanto.
Este año ha sido uno de los más duros que
recuerdo. Comenzó de una forma abrupta, y desde ahí parece que decidió
continuar esa senda. No ha sido fácil, y estuvo lleno de altibajos, de muchas
noches en vela, dudas, cansancio, desencuentros y sufrimientos. Tener un hijo
es algo maravilloso, pero infinitamente complicado.
Y sin embargo, es imposible arrepentirse.
Semana a semana vas enamorándote de esa criatura que depende de ti, hasta el
punto que uno sola de sus sonrisas vale más que cualquier otra cosa que
sucediera en el día. Sabes que tu escala de valores ha cambiado, que cosas que
creías importantes no lo eran tanto. Eres diferente, de una forma que nunca se
podrá entender hasta que le suceda a uno. No es un secreto, pero no se puede
explicar. Te has convertido en Padre, y ese es el mayor de los títulos posibles
que jamás podrás tener. Al menos en mi caso. No creo que nada de lo que he
hecho o vaya a hacer, sea más importante que haber tenido a mi hijo.
Y ahora, cerremos el círculo. Volvamos a
aquel (ya tan lejano) párrafo con el que comenzaba esta historia. Ahora han
cambiado las tornas, y estamos viendo la escena desde el lado contrario. Un
mismo actor, haciendo los dos papeles, con unas cuantas décadas de diferencia.
Dicen que el mundo es un gran escenario, pero es inútil que esperemos los
aplausos al final de la función. Ya no los escucharemos, cuando suenen.
No, nunca sabremos todo. De hecho, lo más
cerca que estaremos jamás de la sabiduría es cuando comprendamos que cuanto más
sepamos sobre cualquier tema más dudas tendremos, y menos certezas. Y entender
que no se trata tanto de lamentarse por lo que no tuvimos, sino de disfrutar de
lo que tenemos.
Mañana se cumplirán cuarenta años desde que
nací. Hay partes para olvidar, muchas hojas en blanco, y desde hace un tiempo,
un frenético garabateo, en busca de recuperar el tiempo perdido.
También mañana se cumplirá un siglo del
nacimiento de Frank Sinatra. Y quiero terminar esto con una canción suya. Esperando
poder decir, al final de mis días, lo mismo que canta él, que viví la vida, mejor
o peor, pero a mi manera.
Fin
Posdata: Quisiera dedicar esto a una
maravillosa persona, @cchurruca,
que nos dejó hace unos días, demasiado pronto. Nadie puede vivir por otra persona,
pero si intentar aprovechar la vida al máximo, en su homenaje. Eso haremos, te
lo prometemos. Buenos días.
Sniff. Felicidades.
ResponderEliminarMe ha encantado leerte, Martín. Casi me haces llorar, pero todos sabemos que yo no lloro. :P
ResponderEliminarPD: Soy el artista anteriormente conocido como Mazo, que por aquí seguro que no me tienes fichado.
je,como que no,pero si te tengo en el facebook,mi crítico literario favorito :-P
ResponderEliminarPor eso decía "por aquí", me refería a Blogger XD
ResponderEliminarY feliz cumple.
Qué maravilla, Martín.
ResponderEliminargracias Pau ;-)
EliminarKal, soy Boba Fett de los viejos foros. Es un placer volver a leerte y una alegria ver que la vida te vaya tan bien, felicidades, que os vaya todo bien a ti y a tu familia, un abrazo muy fuerte. Saludos.
ResponderEliminareis bobi,como andas?me alegra un montón leerte :-)
EliminarVoy tirando, en Madrid sobreviviendo je. Hace un montón de tiempo que no hablamos a ver si te conectas a Skype o algo. Lo dicho abrazo y saludos, pasa unas estupendas fiestas con tu familia.
EliminarCasino Near Me - MapYRO
ResponderEliminarCasino Near Me - Casino Near Me - MapYRO provides real time driving 경상남도 출장안마 directions, driving directions, and reviews of popular 동두천 출장안마 casinos near you.Casino Near Me - Casino Near Me · Casino Near 울산광역 출장안마 Me - Casino 김제 출장샵 Near Me · Casino Near Me - 평택 출장샵 Casino Near Me