viernes, 23 de diciembre de 2022

Sobre islas y Faros

 

Nací en una isla. Pequeña, unida al continente por múltiples puentes, apenas separada de él por un exiguo caño que serpentea entre marismas donde la frontera entre tierra y mar se difumina, avanzando y retrocediendo al ritmo de las mareas.

Es difícil tener la seguridad de su condición insular. Pero serlo lo es, y lo seguiría siendo en espíritu aunque el canal se cegara por los sedimentos. Una isla no sólo lo es por geografía, sino por sentimiento. Y eso marca.

Pero no es esa pasión filial el único motivo de mi filia por las islas. Hablemos de ellas.

Una isla es un fragmento del mundo moldeado a escala humana, con límites definidos y abarcables. Todo en ella es cercano, familiar. Es un hogar con paredes de olas.

En ella puedes llegar a pensar que no eres sólo una mota de polvo en un universo infinito, el espacio que nos rodea parece que se adapta a nuestro tamaño, físico y mental.

Hasta que levantas la vista, miras al horizonte y te golpea el océano interminable. Y es entonces cuando entiendes el secreto de las islas. Que son a la vez refugio y prisión, igual que el mar que las rodea es al tiempo barrera y camino, muro y puente. Todo depende de si tienes libertad para marchar, algún lugar a donde ir y una nave donde embarcar.

No es extraño que tantas de ellas hayan sido usadas en el pasado como lugar de exilio o reclusión, penales murados por la fuerza de las corrientes. Pero también escogidas como lugares de reposo y retiro. Incluso a veces la misma isla sirvió para lo uno y para lo otro. Casi nada es siempre una sola cosa.

Otro ejemplo, cercano, de esa incertidumbre sobre la naturaleza real de los elementos, son las luces que se encendían sobre los acantilados. En manos traicioneras, esas llameantes sirenas dirigían a los incautos a un terrible fin, el choque contra las rocas, el asesinato de los tripulantes, el saqueo de la carga, la partida con el botín manchado de sangre inocente. Pueblos enteros vivieron, ocasional o pertinazmente, de estás y otras formas de piratería, sin sentir un excesivo(ni siquiera moderado) horror por sus actos, ni mostrar arrepentimiento alguno, salvo ante la fuerza bruta de algún gobierno ofendido.

Pero si en lugar de un fuego engañoso lo que contemplabas desde la tambaleante cubierta de un navío agitado por la tormenta eran los destellos de un faro, pasaba a ser luz de esperanza, una mano inmaterial que te conducía a lugar seguro, librándote de todo mal.  Una torre con una estrella en su cima, que guía a los hombres en su eterna búsqueda, sea esta de refugio, de riquezas, o de un destino. Siempre estamos buscando algo, aunque no siempre sepamos lo que estemos buscando, incluso cuando creemos que lo sabemos o incluso cuando creemos que no buscamos nada.

El primer grupo de luces eran resplandores que podían llevarte a la perdición, a quebrar tu nave entre las rompientes, a perderlo todo, incluso la vida. Las segundas trazan un rumbo seguro a tu singladura, te orientan hacia un buen puerto, te protegen en la adversidad.

 Pocas metáforas de la vida, de algunas relaciones y adicciones, de ciertos encuentros y momentos, son mejores que esta.

No hay nada seguro, dicen algunos horrorizados ante la duda. No hay nada seguro, dicen otros, sonrientes ante las posibilidades que se abren. Los focos nos enfocan a todos, pero no a todos nos iluminan. Para unos están apagados, otros se acercan tanto que se queman.

Islas y faros, faros e islas. Hagamos bailar ambos términos, hasta que dancen unidos.

Si una isla es refugio, un faro en una isla es la sublimación de ese ideal de protección. A la cualidad insular de acogida le suma la de fortaleza, con su esbelta figura dominándolo todo, y su luz convertida en una promesa visual de socorro.

 Es la unión perfecta de lo humano y lo “divino”. Lo mejor de lo humano, el auxilio al prójimo en apuros, con lo mejor de la naturaleza, ese fragmento de patria sólida en mitad de las aguas profundas, esa embajada de tierra firme en el imperio de los mares.

Cuanto más diminuta sea la isla, islote, roca o escollo donde esté colocado el faro, más simbolismo alcanza su unión. En ocasiones no hay más tierra visible que la propia baliza, una aguja elevada sobre el incesante oleaje, surgida de las aguas como una Venus, pero sin testículos de Dioses de por medio. En mitad de la tormenta ni siquiera el faro es ya tierra, sólo un fantasma borroso que se entrevé entre los embates del temporal.  Parece entonces imposible que pueda sobrevivir a las fuerzas desatada del océano.

 Y sin embargo, resiste impasible el incesante ataque, hasta que amaina el asalto y llega la tregua, siempre temporal. Es una guerra perdida, pero el faro sabe que su propósito no es la victoria final, sino hacer pagar cara su derrota. Igual si nos planteáramos la vida como se la plantea un faro, sabiendo como sabemos que nunca podremos ganarle a la muerte, mejoraría nuestra existencia.

Cada cual tiene su propia mitología, un armario sentimental repleto de elementos inclasificables, aparentemente inconexos, pero unidos por unos hilos invisibles y poderosos. En nuestra mente tiene sentido que todo esté ahí, hermanado, siendo tú, porque uno es, sobre todo, lo que ama.

Dirigibles, escudos, mapas o banderas son algunos de los componentes de mi cosmogonía personal, y por supuesto, las islas (sobre todo las abarcables, las que si se eleva uno lo suficiente puede ver de un solo vistazo) y los faros están también ahí dentro, bien cerquita del corazón.

Posiblemente todo lo escrito anteriormente no fue más que un fútil intento de racionalizar mis gustos, de intentar buscar un sentido al amor que me embarga por esas atalayas luminosas, por entender ese sentimiento tan extraño que me despiertan.

Y seguramente por ello hay más de imaginación y autoengaño que de verdad en todo lo que conté. Y ni siquiera hacía falta. Porque una torre junto al mar, elevada sobre algún escabroso risco, iluminando el horizonte mientras el sol se oculta, siempre resultará algo hermoso.

No hace falta ninguna otra razón para amarlas. En realidad, ni siquiera hace falta razón alguna.

martes, 10 de diciembre de 2019

Historia de Dâlnia



No se sabe con exactitud ni la época exacta ni el origen de los pueblos que ocuparon las islas por primera vez, pero algunos indicios parecen datar la misma al menos unos 8 o 9mil años antes de cristo.

Dos teorías opuestas sobre el poblamiento hablan de gentes llegadas desde Irlanda por un lado, por la península ibérica por el otro (una tercera teoría apunta a la coexistencia de ambas vías). 

A finales del neolítico/comienzos de la edad del bronce el poblamiento era ya estable y de una cierta importancia, lo que corroboran los numerosos restos de megalitos a lo largo del territorio, destacando por su importancia los abundantes túmulos sobre colinas, los populares  Zîrkulos de los Xigântes” , según la denominación local.

Posteriores oleadas de invasores (celtas y gaélicos) dejaron  a las islas divididas en  varias zonas tribales,  frecuentemente enfrentados. Sin embargo, estas nuevas colonizaciones no provocaron la desaparición de los primitivos pobladores, sino que se produjo una asimilación entre ambos pueblos, desarrollándose una cultura propia, de la que perduran aún  bellos ejemplos artísticos, sobre todo joyas,  grandes monumentos en piedra, túmulos y tumbas. 


Según los mitos fundacionales posteriores, de cuando en cuando uno de los reyezuelos se volvía más poderoso que el resto y recibía el nombre de Alto Rey, una especie de título honorífico que reconocía su superioridad sobre los demás, pero que en ningún caso podría entenderse como una jefatura jerarquizada ni un estado unificado.

La historia de las islas en esta época antigua está durante siglos envuelta en leyendas. Algunos creen que en el origen del mito de la Atlántida pudo estar el difuso conocimiento de la existencia del archipiélago. Otros estudiosos creen que sin duda Piteas, en su periplo Boreal, conoció el archipiélago.

 Apenas se sabe nada de su relación con el imperio romano, o sus contactos con Irlanda y el continente. Unos autores creen  que durante ciertas fases  las islas permanecieron aisladas del mundo exterior, mientras otros creen que la comunicación y las relaciones comerciales y de otro tipo con Hibernia nunca se interrumpieron. Según muchos,  Dâlnia es la Tech Duinn de los relatos, la morada del oscuro, la tierra de los muertos.

 Las fuentes romanas, mientras tanto hablan de una mítica isla pobladas de Dragones y seres misteriosos más allá del extremo del mundo (de Finisterre), a la que daban el nombre de Atlantia,Antilia ,ínsulas Occidentales o terra(o insulae) Plus ultra o Âvalen, y algunos han querido ver en Dâlnia (o en alguna de sus islas) a la  última Thule. Lo cierto es que apenas hay datos que nos confirmen ninguna teoría .  Aunque algún artefacto y diversas monedas de origen romano han sido encontrados en alguna excavación,  las hipótesis más creíbles hablan de una especie de comercio circular, no de intercambios directos con los mismos. 

Según algunos estudios, La población de las islas habría sufrido en los siglos V o VI de nuestra era
un enorme descenso, provocado, según las hipótesis más actuales, por una mezcla de los efectos de guerras intestinas, hambrunas y epidemias generalizadas.  Ese panorama,  de un archipiélago medio despoblado y caótico sería el que se encontrarían a mediados del siglo VI, los monjes irlandeses (según la tradición local, encabezados por San Declan, aunque las fechas parecen desmentir dicha afirmación), que evangelizaron las islas, siendo Jesûsy la primera isla totalmente cristianizada. Algunos pretenden unir a Dâlnia con el mítico viaje de San Brandan, pero no hay dato alguno que lo confime. Más probable es que fueran San Columba o San Columbano los verdaderos impulsores de la cristianización.

Con la conversión de los escasos  y poco poderosos caudillos locales supervivientes, la

administración del territorio quedó ligada casi desde el final del breve periodo de evangelización a una serie de obispados-monasterios (con el cargo de obispo y abad siendo el mismo).
Los  monjes establecieron una serie de comunidades modelos, unas “ciudades de fieles” alrededor de dichos monasterios, con una autoridad central muy tenue(un legado papal que mediaba entre los mismos), formando realmente una especie de confederación de repúblicas monásticas semiindependientes.



Se atrajo a a nuevos habitantes tanto desde las islas británicas, Irlandeses y britanos que huían de los nuevos dominadores germánicos, como desde la península, con la llegada de numerosos hispanorromanos descontentos de la autoridad Visigoda.  La mezcla entre los diversos pobladores fue un hecho desde el inicio, algo fomentado por las autoridades eclesiásticas que hablaba de “una comunidad de hermanos en la fe de Cristo”.  El latín se usó como idioma común para gente de tal diversidad de orígenes.

Con la conquista musulmana de la península la emigración ibérica se incrementó mucho, creándose unos fuertes lazos, tanto culturales como artísticos con el reino astur y Galicia.

A partir del siglo VIII esta “edad dorada”, terminó, y comienza un oscuro y caótico periodo. Distintas invasiones  de pueblos del norte(vikingos), especialmente daneses, hace que durante varios siglos las luchas sean constantes. Estos grupos primero hacen incursiones de pillaje, y luego se establecen y ocupan las islas, creando diferentes reinos que luchan a su vez entre sí. Los vikingos también traen cautivos, tanto de las islas como de sus correrías peninsulares. Con el tiempo  se va creando una sociedad mixta, los antecesores de los actuales dâlnios, mezcla de la población local, peninsulares, pueblos  británicos (gaélicos sobre todo) y daneses.  Durante esa época el territorio era conocido como Vestmania( tierras/islas del Oeste).

A principios del siglo X, alguno de los reyezuelos ya  habían adoptado el cristianismo, y poco a poco el resto de los vikingos fueron convirtiéndose, para ganarse el apoyo de sus súbditos (y de la iglesia) en los conflictos por el control de las islas.

Mientras algunos de estos pequeños principados comenzaron a establecer buenas relaciones con los reinos hispanos del norte, incluso tejiendo alianzas matrimoniales con los mismos, otros continuaron con sus correrías en la zona.

A comienzos del siglo XII dos reinos principales se disputaban el control del territorio, al norte el de Êgerling, cristiano y en buenas relaciones con León, y a sur Pêtery, donde aún continuaba la tensión entre paganos y cristianos. 

El Rey Harald de Pêtery  comenzó  una campaña para unificar el país, mientras continuaba atacando las costas cantábricas. El rey Gandalf de Êgerling se alía con León, en la figura de Alfonso VII.

Juntos, apoyados por la flota creada por el arzobispo Diego Gelmírez, conquistan y unifican por primera vez el territorio dâlnio.  La batalla decisiva, conocida como la del Puente de la Alianza, en Nêderling (Isla de Jesûsy), que tuvo lugar el cuatro de octubre de 1150, supuso la muerte del Rey Harald, que había desembarcado allí con su ejército en un intento desesperado de romper el avance aliado.
El reino de Pêtery se rinde y tras el resto de señoríos que aún permanecían independientes aceptan el dominio de  Êgerling.

Poco después, en 1155 El rey Gandalf  muere sin descendencia  masculina, y lega su reino al monarca Leonés.

Este, al morir en 1157, divide sus territorios, quedando Dâlnia en manos de su hijo García, al que había casado poco antes con la hija de Harald, Berenîce, para legitimar su título . Se inicia el “Reino de Dâlnia”, denominado así tras la proclamación como capital del nuevo estado de Dâlny, una población hasta entonces no demasiado importante a nivel político, pero situada en un lugar central,  con lo que se aliviaban también las tensiones entre los intereses del Norte (Êgerling) y del Sur (Pêtery).

Con posterioridad , los monarcas Dâlnios trasladaron su residencia real a unos kilómetros de Dâlny,  a un palacio nombrado en honor a la primera reina, alrededor del cual se fue formando una villa, la actual Berenîce, que con el tiempo asumiría el título honorífico de capital del Territorio.

 Durante un breve periodo en el siglo XIII la isla de Nâvery formó un reino propio, debido a la decisión del rey Pablo I de dividir sus dominios entre sus hijos, pero tras unas décadas el reino volvió a unificarse tras la muerte sin descendencia del rey Mario I de Nâvery.

A lo largo de los siglos siguientes, Dâlnia se ve envuelta tanto en las luchas dinásticas de castilla, como en los conflictos entre Inglaterra y Francia (La guerra de los 100 años), aunque generalmente sostiene una firme alianza con Castilla. La peste negra llegó al país en 1349, y aunque sus efectos no fueron tan  brutales como en otros lugares, debido al relativo aislamiento y a las medidas preventivas tomadas, si que las fuentes hablan de una pérdida de población cercana al 10%, con especial incidencia en las ciudades y puertos principales.

Con la expulsión de los judíos por los reyes católicos llegan bastantes a país, que ya contaba con una cierta comunidad propia.

La llegada del protestantismo al norte de Europa llevó a recibir al país una numerosa emigración de católicos daneses, que vieron allí un refugio donde mantener su fe. Dicho éxodo fue promovido sobre todo por la presencia en Dâlnia de la reina Isabel de Dinamarca, hija del rey Danés Juan I, y se desarrolló sobre todo tras la guerra del Conde. También llegó a Dâlnia Olav Engelbrektsson, el último arzobispo católico de Noruega, con algunos de sus feligreses.

Entre 1585 y 1604, Dâlnia se ve convertida en campo de Batalla de la guerra angloespañola . Una flota inglesa, al mando de Drake, saquea diversos puertos para posteriormente invadir las islas tras la derrota de la armada invencible. En la batalla de Vîmery, en 1590, muere el último monarca Dâlnio, Pablo II.  En las islas se suceden los combates y enfrentamientos entre los invasores ingleses, que se hacen con el dominio de parte del territorio, tropas locales y refuerzos enviados por la monarquía hispana.

El tratado de Londres de 1604 ve llegar por fin una solución para las islas. En el tratado Dâlnia se convierte en un coprincipado, donde los monarcas británicos y español  figuran como los gobernantes del país (el monarca británico a nombre de Rey de Irlanda), aprobándose la independencia del mismo pero teniendo que mantener una neutralidad perpetua, salvo ataques exteriores o aprobación conjunta de ambos copríncipes.  De facto el estado se convierte en una especie de república, gobernada por un senado formado por nobles, obispos y ciudades.

Durante la guerra de los 30 años, refugiados católicos alemanes fueron asentados en la zona occidental de la isla Grande, hasta entonces casi deshabitada, alrededor de la recién fundada Nueva Kaiserslautern, que con el  tiempo transformó su nombre a Kaiserlauten.

La llegada al poder de Cromwell y la ejecución de Carlos II llevó a una crisis (además de provocar una fuerte emigración irlandesa debida a la actuación del Lord Protector en la isla) que se resolvió con la vuelta de la monarquía. Nuevas crisis debidas al enfrentamiento entre las potencias valedoras de su neutralidad tras la guerra de sucesión y la de los 7 años fueron clarificando la situación política de Dâlnia, que defendió a toda costa su neutralidad e independencia, logrando aumentarla hasta convertir el coprincipado en algo meramente anecdótico.

A partir de entonces Dâlnia comienza una etapa de desarrollo pacífico, con el tiempo se va estableciendo una serie de instituciones de gobierno propias (con las figuras de los cónsules, los gobernantes efectivos, nombrados por el senado), que van dejando la figura de los monarcas como cargos simplemente testimoniales.

Su participación en los conflictos europeos se limitó a algunas alianzas antifrancesas(en la época de Luis XIV y Napoleón), sobre todo aportando su flota en las mismas.

El tratado de Londres también prohibió su expansión colonial, pero favoreció por otro lado su posición comercial respecto a británicos y españoles. Durante siglos Dâlnia fue un país relativamente pobre, volcado al mar, girando su economía en torno a la pesca y cierto comercio, pero a partir sobre todo de la segunda mitad del XIX todo cambió. La apertura de minas y sobre todo de infraestructuras de transporte que permitieron su aprovechamiento, con el desarrollo del ferrocarril y la mejora de los puertos, permitió una rápida industrialización y el aumento del comercio.

A lo largo del siglo XIX el país se vio sacudido por distintas agitaciones obreras, que condujeron a la extensión del derecho al voto, llevando a ser el primer país del mundo que lo concedió a las mujeres, y el primero en que gobernó un partido socialdemócrata (Socialdemócratas y cristianodemócratas han sido las fuerzas que casi exclusivamente han gobernado el país,  cuya sociedad tiene un fuerte sentimiento de comunidad, fruto de su mismo origen y lo complicado de su historia).

En las últimas décadas del siglo XIX, y ligada a la influencia británica en las islas, llegaron diversos deportes a las islas, en especial los dos más populares, el Rugby y sobre todo el fútbol.

Con la proclamación de la II república española el cargo de copríncipe pasará a manos de Alcalá-Zamora, estando posteriormente unido a la evolución de la jefatura del estado Español.

El 18 de abril de 1949, con la proclamación del acta de la república de Irlanda, el Monarca Británico deja de ser copríncipe, pasando el mismo a manos del Presidente de la república Irlandesa.

El país fue neutral durante la primera y la segunda guerra mundial. Durante y tras la guerra civil española, el país se convirtió en refugio de numerosos exiliados españoles, al igual que a partir de los 60 también se produjo una fuerte migración tanto desde España como de Irlanda, Portugal e Italia, atraídos por la industria y el desarrollo económico del país.

En 1973 Dâlnia entra en la comunidad Económica europea, junto a Irlanda, Reino Unido y Dinamarca.

En 2004 se celebró el cuarto centenario del tratado de Londres, acto al que acudieron los reyes de España, Reino Unido, el presidente Irlandés así como autoridades de todo el mundo.  Ese mismo año, y en el que fue el último viaje de su Papado, Juan Pablo II visitó Dâlnia.

Actualidad y estructura política

En la actualidad el desarrollo económico del país gira en torno a una industria de última tecnología y al comercio exterior.

La estructura política del país se articula, bajo el honorífico gobierno de los copríncipes, desde dos cónsules, elegidos cada 2 años (y que no pueden ser reelegidos más de tres veces consecutivas, ni cinco alternas), un consejo de Iguales (15 miembros, dos de los cuales son los cónsules actuales, dos los anteriores y de donde saldrán los dos siguientes, muy parecido al consejo federal suizo, y que sería algo parecido al consejo de ministros, con representantes de todos los partidos mayoritarios), un senado (de 100 miembros, de elección directa y proporcional) y una asamblea insular, de 25 miembros, con 10 representantes de la isla grande, 5 de Nâvery, 3 de Frânking, Mârting y Jesûsy y uno de Kârling).

 Existirían por debajo de estos una serie de consejos condales, de diez miembros cada uno, de entre los cuales se escogería al conde gobernador de cada kondado.

A su vez los kantones tendrían una asamblea formada por los alcaldes de cada parôkias más el de la komuna capital.

La idea sería convertir a Dâlnia en un estado muy descentralizado, pero no federal, su estructura poblacional, con muchas ciudades de tamaño intermedio, sin una central muy por encima del resto, facilitaría un reparto del peso político bastante parejo. Los distintos órganos de poder, judicial, legislativo, ejecutivo, etc.…se localizarían en distintas poblaciones  del país, por lo mismo. Se trataría de lograr un país cohesionado geográficamente y con contrapeso de poderes.

domingo, 30 de abril de 2017

Hoy, hace cien años, murió un hombre...

Hoy hace 100 años que murió alguien del que nunca habéis oído hablar. No fue nadie, y al tiempo fue todos. Esta es su historia.

Alguien dijo, con otras y mejores palabras, que una vida no termina hasta que se borran los últimos restos de su memoria. Pero… ¿Y si de tu memoria sólo queda un cartel oxidado, clavado en una cruz rota, cubierta por un casco, sobre una tumba vacía y perdida?

Hace unos años, un noviembre, miraba una galería de fotos , en recuerdo al final de la primera guerra mundial.

Fue al ver una de las fotografías cuando, de repente, algo me golpeó en la mente. Y desde entonces me persigue su recuerdo. Esta es la imagen.



Cabo Edouard Marius Ivaldi ,de Pavillons Sous Bois, cerca de París. Muerto por la Francia, no se sabe cómo ni a manos de quien. Ni tampoco importa.

No podía dejar de pensar en la foto. Estuvo días dando vueltas en mi cabeza. La tenía en el escritorio del ordenador. De cuando en cuando la miraba. Parecía querer hablarme. Por fin, un año después, conseguí liberar algo de lo que me había provocado. Como casi siempre, escribiendo. Esto.

Durante unos años los sentimientos se acallaron, aunque nunca terminé de olvidar la foto. Hasta que hace unos meses, a principios de este año, por pura casualidad, nos volvimos a ver. Y fue entonces cuando me di cuenta de la fecha. 30 de abril de 1917.Faltaban apenas unos meses para que se cumpliera el centenario de su muerte.

Si creyera en ellas, hubiera dicho que fue una señal. Digamos que más bien, me marcó una obligación. Con su memoria y mi conciencia.

Y me puse a investigar. Buscando información en cualquier rincón de internet. Atando cabos, haciendo conjeturas, dibujando un contexto. Lo que sigue a continuación es una especie de reconstrucción de los hechos que rodearon su muerte, lo más aproximada posible a la realidad.
Y comenzamos.

Tenía una fotografía. En ella, un cartel con un nombre y una fecha. La de su muerte. Y desde ahí, un mundo por descubrir.

Abril de 1917. La primera guerra mundial, la Gran Guerra, se va acercando a su tercer año. Francia está invadida en parte por el ejército alemán, que llegó a estar a las puertas de París. El general Nivelle, comandante en jefe del ejército francés, decide entonces iniciar una granofensiva para romper el frente alemán.

casi 900 mil hombres, 7000 cañones y 128 tanques iban a ser usados en un ataque coordinado entre los británicos, al norte y los franceses, más al sur. Frente a ellos, casi medio millón de alemanes, kilómetros de trincheras y miles de ametralladoras. Pero los mandos aliados eran optimistas.

Demasiado.

En el medio siglo anterior el armamento y su capacidad destructiva había avanzado mucho más rápido que las tácticas. Los fusiles disparaban con más celeridad, los cañones tenían más potencia, había gases asfixiantes, ametralladoras, aviones, tanques…pero los hombres seguían teniendo la misma piel. Y millones habían pagado ya con su vida la insensata ceguera del alto mando, que insistía en lanzar oleada tras oleada de juventud contra las inhumanas balas.

El ataque comenzó con un espeluznante bombardeo artillero contra las defensas alemanas.  Tras el mismo, llegó el primero de muchos asaltos. Era el 16 de abril de 1917.Según las optimistas previsiones del estado mayor francés las bajas totales de la ofensiva, serían 10.000 hombres.

Sólo el primer día, fueron 40000.
Entre el 16 de abril y el 9 de mayo, los aliados tuvieron casi 350.000 bajas. Para avanzar 4 kilómetros.
La ofensiva terminó siendo detenida. No se había roto el frente, la moral se había hundido, estallaban motines por doquier. El fracaso supuso la destitución de Nivelle y la llegada de Petain, que logró recuperar la moral. Pero no nos hemos olvidado de Ivaldi.

Como ataque complementario a la gran ofensiva, se lanzó uno secundario en las colinas de la Champagne, Unos kilómetros al este de Reims. El objetivo del ataque era negar a los alemanes los puestos de observación sobre la llanura. Pero imaginad el terreno, el campo de batalla. Cuesta arriba, plagado de cráteres de bombas, trincheras, alambre de espino. Y la muerte aguardando al final. La distancia entre las trincheras rivales iba de 500 metros a apenas 50. 50 metros, un tiro de piedra. Ni un suspiro, para una bala. Si uno quiere saber que es el infierno, le bastaría pensar en lo que fue combatir allí en esos días. Y seguramente, nos quedaríamos cortos.


Siete montes componen el macizo de Moronvilliers, que se eleva sobre la llanura de Chalons. Sus nombres se escribieron entonces con sangre. 

Son el mont Cornillet (209 m., el mont Blond (221 m.),el Mont-Haut (257 m.), el mont Perthois,le Casque (242 m.),le Téton (232 m.) y el Mont-sans-Nom (220 m.)

De Moronvilliers, el pueblecito que da nombre a la cordillera, no queda hoy nada, fue arrasado hasta los cimientos. Paradójicamente, uno de los escasísimos restos en pie es el monumento a los caídos en la guerra…
La batalla comenzó el 17 de abril. Entre el 17 y el 20 se desarrollaron feroces combates, que permitieron avanzar a los franceses…2´4 kilómetros.

 Tras una pausa, el 30 de abril se reanudó la ofensiva, en busca de lograr ocupar las alturas, la cresta del Macizo.
La ofensiva terminó, por agotamiento de los atacantes, unos días después. Los franceses habían tenido 22000 bajas. Pero habían logrado tomar la cresta. Los alemanes ya no dominaban la llanura. 16 veces contraatacaron (incluido alguna con gases), pero no lograron nunca retomar a sus posiciones.

Ni tampoco Ivaldi. Había caído, para no volver a levantarse, el 30 de abril, en las laderas de monte Le Casque.

Y ahora, hagamos una pausa. Os pido que os lo imaginéis. Pensad en como creéis que era. Porque vais a verlo.  Creo que es hora de que le conozcáis. Aquí lo tenéis (es el señalado por la X) junto a sus compañeros.

Ahora ya no es un simple nombre sin rostro…ni nunca lo volverá a ser.
Jamás se encontró su cuerpo. O tal vez sí, pero nadie lo identificó. Como le pasó, según cuentan algunos historiadores, a la mitad de los caídos en la gran guerra.
un once del once (el Dia de San Martín), a las once, dejaban de sonar los proyectiles, tras cuatro años. El mundo pareció por un momento haberse quedado sordo, tan acostumbrado estaba al continuo ruido de la muerte.

En 1919, Jean Joseph Ivaldi, padre de Edouard, buscó el sitio donde cayó, y colocó allí una placa y parte de su equipo personal, sobre una cruz. Es esa la imagen que inició este hilo. Pero aquello sólo es el recordatorio del lugar donde falleció. Allí no reposo el cuerpo de nuestro protagonista.
En 1924, Jean Joseph colocó otra placa en donde seguramente sí que descansan sus restos, anónimamente, mezclados junto a los de miles de compañeros.

 Se trata del Osario de Navarino, monumento a las caídos en la batalla de las colinas, y lugar de reposo de 10.000 de ellos.
Y así Ivaldi se perdió en la historia, junto a millones de compañeros de ambos bandos. Y su “tumba”, que no lo es, con él.
Pero lo curioso es que aún existe.  La tumba de la fotografía, está en un lugar desconocido. Que siga intacta, es un misterio.
Aquí es donde nos puede ayudar la cartografía. Lo que voy a poner ahora es mera elucubración personal, ojo…pero no creo equivocarme. En un foro francés encontré una referencia a que la tumba se encontraba dentro de un terreno militar, vetado a visitantes. Lógico.
En la zona hay dos grandes complejos de este tipo, en pocos kilómetros, El campo de Suisses y el polígono de experimentación nuclear de Moronvilliers, situado donde se encontraba el antiguo pueblo.
Mis sospechas iban más bien dirigidas a este último, y los mapas creo que lo confirman. Hice un montaje (poco vistoso, pero útil), entre el mapa de 1917 e imágenes actuales, colocando los nombres que se repiten en ambos. Y aquí tenéis el resultado.

Y queda claro que, casi sin lugar a duda, el lugar donde cayó Ivaldi está dentro del recinto de experimentos nucleares. No deja de resultar paradójico que haya sido eso lo que haya protegido de los vándalos ese postrero recuerdo a un soldado muerto, la experimentación atómica.
Pero, aunque el recinto ya no está en uso, espero que siga protegiendo durante mucho tiempo su memoria…aunque sea por miedo a la radiación.
Hasta aquí la historia de cómo cayó y donde creo que se encuentra la cruz. Pero queda una última cosa que he descubierto. Y es que la tragedia no acabó allí, ni entonces.

 En el municipio donde nació, como en todo pueblo francés, se alza un memorial con los nombres de los caídos. Edouard nació en Les Pavillons-sous-Bois (localidad que está hermanada con Écija, la tierra natal de mi familia. ¿Otra señal?),cerca de París.
Y allí, junto a su nombre y el de otros 441 caídos en las guerras del siglo XX(en una ciudad de 20.000 habitantes, pensad lo que implica) hay otro Ivaldi. Un J.Ivaldi
Ese otro Ivaldi no falleció en la primera, sino en la segunda guerra mundial. En 1940. Me pregunté...¿Serían familiares? y entonces...encontré otra tumba.

Es la tumba familiar. Están los padres de Edouard...y su hermano Julien. Fijaos en la fecha de su muerte, 1940.. Si, el otro Ivaldi era familiar de Edouard, era su hermano menor.
Y ahora mirad cuando falleció su padre, en 1942.

El padre enterró a dos de sus hijos, uno en cada guerra, antes de morir. Son esas tragedias que no vemos cuando reducimos todo a números. Familias destrozadas, vidas truncadas, mil historias cerradas, de golpe. Y de todo apenas queda nada hoy, sólo unos nombres sobre metal o piedra.
Por eso son necesarias estás historias, para que entendamos, cuando se hable de que en tal o cual batalla hubo “2000 bajas”, lo que hay detrás. Dos mil historias escribieron su último renglón, miles de futuros se perdieron en la eternidad. Sólo queda el silencio y las lágrimas.
Uno de ellos, Ivaldi. Nadie viene ya a poner flores sobre su tumba, solo la primavera. Pero ahora ya está dentro de vosotros. Ya no morirá más.

Hasta aquí el viaje que hemos realizado juntos. He intentado devolver en lo posible la memoria de Ivaldi y su familia, de los hechos que rodearon su pérdida, de lo que pasó tras su muerte. He rebuscado en cada lugar de internet que pude. Y fue una búsqueda apasionante, por ese sentimiento de descubrimiento, pero dolorosa, porque todo a su alrededor estaba impregnado de tristeza y muerte. Pero así fueron aquellos tiempos. No todas las historias tienen final feliz. En realidad, ninguna, sólo que unos finales tardan más en llegar que otros.
Pero como dije antes, si dejamos que los muertos y sus nombres sean sólo números, habremos perdido. Esto ha sido, posiblemente, una de las cosas que más me costó escribir en la vida. Pero tenía que hacerlo. Por él, por mí, por ellos,por todos esos millones de seres humanos, en su mayoría jovencísimos, que perdieron la vida en esa picadora de carne humana a escala planetaria que fue la gran guerra.

Ivaldi, ya he pagado mi deuda, me considero liberado. Y tú, amigo, descansa en paz. Y que tu memoria perdure otros cien años…

FIN

Viene ahora el apéndice documental, con los artículos y páginas de internet que he visitado en mi búsqueda, por si queréis ampliar la información. Mucho artículos están en francés, idioma que no conozco, así que he tenido que tirar de traductor...con lo cual seguro que debo haber tenido más de un fallo de comprensión. Os pido que me perdonéis por ellos.

"Bibliografía"
1- Artículo sobre el centro de experimentación nuclear.
2- La galería de fotos que comenzó todo.
3-Foro francés donde encontré la referencia del lugar de la tumba.
4-artículo sobre la conquista del macizo de Moronvilliers.
5- artículo de la wikipedia sobre la ofensiva de abril.(en castellano)
6-el mismo artículo, en inglés.
7-otro artículo en castellano sobre la batalla.
8-biografía del general Nivelle.
9-artículo de la wikipedia sobre Morovilliers.
10-página francesa sobre los caídos en la guerra, en este caso los que aparecen en el memorial de les pavillons sous Bois, localidad natal de Edouard Ivaldi.
11- ficha de Edouard Ivaldi en esa página.
12-osario de navarino, página oficial.
13-galería fotográfica interesantisima sobre Ivaldi y la zona donde cayó.
14- monumento a los caídos en Moronvilliers.
15-página web, nostálgica, sobre Moronvilliers, con fotos antiguas.
16- artículo sobre la batalla, de un general de la época.
17-artículo de la wikipedia sobre la batalla de las colinas.
18- información sobre el apellido Ivaldi.
19-Más información sobre el mismo y donde es más frecuente.
20- plano genial sobre la batalla.


Ahora os dejo lo que escribí hace unos años sobre la fotografía, antes de saber todo esto...

Algunos dicen que una vida no termina hasta que se borran  los últimos restos de su memoria. Es como la humedad que queda en la tierra tras la lluvia, todo lo que fueron tus actos empapan el mundo que te rodea, y permanecen allí, como recuerdo a lo que fuiste, aun cuando tu cuerpo se desvaneció largo tiempo atrás.

Pero… ¿Y si de tu memoria solo queda un cartel oxidado, clavado en una cruz rota, sobre una tumba perdida? ¿Un nombre y una fecha pueden atarte aún al mundo, o solo son una especie de ticket de salida?

“Aquí yace Edouard Ivaldi…”, cabo, muerto en Dios sabe que gloriosa ofensiva (o tal vez en alguna fiera defensa), en honor a la patria, al ejercito, o a este solitario y embarrado rincón donde quedó su cuerpo.

Durante unos días este miserable solar, donde nada crece demasiado ni nadie reclamó nunca, se convirtió en el centro de todos los partes de guerra. Día a día se hablaba de ganar cien metros, de tomar la cota 130 y del heroísmo de nuestro ejército. Cada una de esas frases estaba escrita con la sangre de un soldado, de un batallón, de un regimiento. 

Y cuando la batalla y la guerra trasladó su voluble atención unos kilómetros más allá, las piedras continuaron su eterno descanso, ahora con la compañía de unos miles de jóvenes huesos.

En sus castillos de la retaguardia, los generales escribirían en las órdenes del día que los objetivos habían sido alcanzados. Se había logrado elevar un muro contra el enemigo.

Había sido alzado con los cadáveres de cientos de soldados. Uno de ellos (ahora poco más que una especie de metafórico ladrillo humano) era el de Edouard.

Supongo que alguien le lloró entonces. En su casa, en alguna perdida aldea de la Isla de Francia, una carta timbrada con un sello oficial sería entregada de manos de algún adusto oficial, y unos padres desconsolados (y analfabetos) pedirían al portador de la misiva que les leyera el epitafio de una vida.

Sobre la chimenea una fotografía iría descoloriéndose, mientras las flores se marchitaban a su alrededor. La hija de los vecinos lloraría en silencio durante unos meses, para terminar casándose, tiempo después, con el hijo del panadero…

El bosque  creció sobre el campo de batalla. La sangre de los muertos regó sus raíces que cubrieron como una mortaja verde los despojos de la guerra. De cuando en cuando una mina convertía a un corzo en charcutería instantánea, pero poco más turbaba el descanso del  guerrero.

Edouard no fue un Héroe. Según contaba su esquela murió cumpliendo su deber…O tal vez es que, simplemente, su deber era morir.

Cien hombres más murieron allí el mismo dia. Nadie los recuerda hoy. Había obreros, dependientes, muchos campesinos y hasta algún escritor maldito. Las balas que los mataron no hicieron distingos. Nunca lo hacen. No son jueces, solo verdugos. No distinguen al malvado del bondadoso, al viejo del joven. Cien gramos de metal, una capsula de muerte de las que se facturaban millones en unas horas aquellos días, bastaban para acabar con 30 años de existencia y quien sabe cuántos mas de futuro.15 céntimos, el precio de un cartucho, eso es lo que valía entonces una vida humana.

En su lapida ponía muerto por la Francia, como hubiera podido decir Inglaterra o Alemania. Nadie muere por un nombre, sino por una bala. Como mucho puede matarte una idea, puesta en la cabeza de otro.

La guerra es un odio colectivo. Un asesino es generalmente un ser despiadado, un monstruo con forma humana. Pero durante una guerra, un ser humano, que en otras circunstancia jamás habría levantado la mano contra ti, te disparará solo por el uniforme que portas…y sobre todo porque si él no dispara antes probablemente pasará a ser el protagonista del funeral.

Esos días dos mil historias escribieron su último renglón, miles de futuros se borraron de su invisible muro.

Edouard  Murió por nada, como muere casi todo el mundo. Nadie viene a poner flores sobre su tumba, solo la primavera. Tal vez fue amado, o puede que en realidad se tratara de un miserable. Hoy nada de eso importa a nadie, solo al bosque. Dentro de unos años la cruz, podrida, se quebrara. Sus restos se perderán bajo dos o tres otoños y alguna helada invernal. Y entonces, Edouard  Ivaldi dejara de haber existido. Y con el aquel que lo mató, sin saber jamás quien fue aquel pequeño enemigo al que abatió.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Cuarenta


Cuando era niño, recuerdo que ansiaba ser mayor. Para saber de todo. Creía que los adultos tenían el secreto del conocimiento, que si te mandaban y te decían que tenías que hacer era porque ellos no tenían dudas ya. Crecer era en suma, en mi pensamiento, estar lleno de seguridades.

Con el tiempo te vas dando cuenta de que nada de eso es cierto. Pasan los años y no bajó aún el espíritu santo a revelarte la verdad sobre las cosas. Y sabes que ya nunca lo hará. Te diste cuenta de que tu eres ahora uno de  esos adultos que te decían que hacer. Y que en realidad no sabes que hacer. Y a poco que sigas el hilo de tu pensamiento, comprendes que ellos, en su momento, tampoco lo sabían.

 No, lo importante no era saber, sino parecer que sabían. Y que no se notaran las dudas. Ese “Porque yo lo digo” tras uno de esos insistentes “¿Y por qué?” infantiles era en realidad  un reconocimiento de una derrota. Habías ganado, pero tú por entonces pensabas que habías perdido.

Si cuando uno es “viejo” comprende ciertas cosas suele ser más por haber cometido cien errores que por haber leído mil libros. Experiencia, lo llaman. Seguramente nada es más importante. Y sin embargo nuestra sociedad a veces parece querer negarnos ese don.
Sobre protegemos a los niños hasta que ya no lo son, y aún así seguimos tratándoles como tales, hasta que llegado un momento, les abandonamos. Búscate la vida, encuentra un hueco donde acomodarte, vive como un animal salvaje, aunque sólo seas un pobre cachorro domesticado, que no sabe moverse demasiado bien en esa jungla que es la vida laboral. Y luego nos extrañamos de que, criados entre comodidades, pidan ayuda.

Si nos negamos(o les negamos) el derecho a cometer errores, nos arrebatamos el premio a aprender de los mismos, a madurar, a convertirnos por fin en adultos. Porque ser adultos, en primer lugar, significa asumir responsabilidades. No es tanto una edad física como mental. Otra cosa es hacerte viejo. Son conceptos que a veces se confunden en el tiempo y en el espacio, pero que no son sinónimos.

Hacerte mayor. En esas dos palabras está implícito uno de los cambios más radicales que cualquier persona va a sufrir a lo largo de su vida. Y  va llegando en pequeñas dosis, sin apenas darte cuenta de que está pasando, hasta el día en que, de repente, lo ves.

Hay un momento en la vida en que la perspectiva cambia. No es que dejes de avanzar, pero es como si hubieras terminado de subir una larga cuesta y comenzaras el descenso hacía el final del trayecto.No sólo eso, tienes la sensación de que vas más rápido, que todo va más rápido. Y aunque quieres frenar, no puedes.

Ser mayor es ir mirando cada vez más hacia atrás que hacía adelante, que te des cuenta de que has perdido ya muchas cosas que jamás volverás a recuperar, que sólo permanecen en tus recuerdos, cada vez más difusos.

Vas siendo consciente del aterrador paso del tiempo, de cómo la arena no deja de caer, con un sonido tenue, pero imposible de ignorar, convirtiéndose en la banda sonora, permanente, de tu subconsciente.

No eres viejo, aún, pero ya no eres joven. Ya no eres joven, te repites, mientras comprendes las tremendas implicaciones de eso. Y de que en el camino de la vida, ya no hay marcha atrás.

Y de pronto entiendes que nunca tendrás tiempo para todo. Que de todos esos libros que has ido dejando para después, muchos nunca los leerás. Y ahora recuerdas todas esas ocasiones en la que perdiste el tiempo inútilmente, en todas esas oportunidades de hacer cosas que dejaste pasar, en como desperdiciaste, sin sentido, tu vida. En suma, en como dejaste de vivir, para dejar simplemente pasar la existencia. Pocos delitos tan graves, pocos que tengan implícitos en si mismos tanto castigo. Una especie de suicidio a plazos.

Hacerte mayor es, sobre todo, por encima de todo, darte cuenta de que esa sensación de eternidad que teníamos de jóvenes  era una ilusión, de que somos finitos, mucho más de que lo nunca pensábamos que fuéramos. Vas viendo irse gente, cercanos y lejanos. La muerte ya no es algo que vieras casi como un mito, la ves a tu alrededor, como una vecina incomoda y cercana.

Si uno lo piensa demasiado, es algo terrible. La inexorabilidad de nuestro destino, el final seguro al que todos, tarde o temprano estamos condenados, esa sensación de futilidad de todas nuestras acciones. Por eso no hay que pensar demasiado, o terminaríamos creyendo que la vida no es en realidad otra cosa que una larga carrera hacía la muerte. Que Vivir es ir muriendo.

Igual, por eso, tenemos hijos. Es la forma que tiene la vida de decirnos que aunque nosotros faltemos, algo nuestro seguirá perdurando. Si  nuestro talento no nos permite crear grandes obras que sigan haciendo sonar nuestro nombre en nuestra ausencia, al menos la naturaleza nos concede otra forma de perpetuarnos. No somos nuestros hijos, pero una parte de ellos, somos nosotros. Y hay más, mucho, mucho más…

Volvamos a nuestro pasado. Hasta donde seamos capaces de llegar, a nuestros primeros recuerdos. En mi mente aparecen un atropello, un atlas, una tarde de lluvia gallega, un viaje en el autobús, un recreo. Casi no son ya imágenes, apenas destellos, unos cuantos fotogramas de  cine mudo. La memoria se va, y nunca volverá. De hecho alguna de esas cosas que recuerdas ya no son memoria, sino creaciones de tu propio cerebro. Cada vez es más difícil estar seguro de que fue real y que maquillaje mental.

Pero aunque ya no estén ahí los recuerdos, una cosa permanece. Las sensaciones de descubrimiento.  Nada, ninguna otra cosa que podamos ir extraviando con el tiempo es más dolorosa que la perdida de esa sorpresa, de ese ver, sentir por primera vez algo. 

Todos intentamos agarrarnos a los últimos rescoldos de ese fuego casi extinguido. Basta ver a esos ancianos sumergidos en la nostalgia de esos tiempos en los que eran jóvenes. Y no, en realidad no echan de menos esos tiempos, echan de menos esa edad.

  Por mi parte, si hay algo de lo que estoy orgulloso, por encima de casi cualquier otra cosa, es ver que en mi interior aún sigue ardiendo la llama de la búsqueda. De querer saber más. De perderme en el océano de internet, navegando entre artículo y artículo de la wikipedia, en busca  de nuevos conocimientos.  El día en el que piense que ya se lo suficiente, que no hace falta buscar más allá, ese día, es cuando de verdad estaré muerto. Aunque siga respirando.

 La curiosidad mató al gato, pero a mí me da la vida.

Regresemos al presente. Más allá de esa perpetuación de tus genes, tener un hijo es precisamente como una segunda oportunidad que nos da la vida. De volver a sorprendernos con la magia del descubrimiento.

Porque si, para tu retoño todo es nuevo…exactamente igual que para ti.  Cada nuevo paso que da él es un nuevo paso para ti, y cada día, aparece algo nuevo que anotar. El marcador de recuerdos avanza a un ritmo frenético, con la gratificación de que todos ellos son ahora compartidos.

Es una oportunidad tan enorme, que desaprovecharla no es una opción. Paradójicamente algo que te hace mayor (ser Padre implica una asunción de responsabilidades como casi ninguna otra cosa en el mundo), es a la vez algo que te da nueva vida. Nada es nunca tan simple como parece.

Y ahora, una vez expuestos ciertos temas, vamos de verdad con el meollo de la cuestión.

Lo que no he perdido tampoco con la edad, como podéis comprobar, ni un ápice, es mi facultad de divagar. Uno esperaría que después de tres páginas, párrafo tras párrafo de densa escritura, el autor hubiera comunicado, de algún modo, el sentido de este texto. Y lo hice, pero a mi manera.

Mañana cumplo cuarenta años. Llevo desde hace unos meses con eso en el pensamiento. Viendo acercarse las cifras en el horizonte, cada vez más y más grandes. Se me antojaban una especie de puerta hacía la vejez. Como si cumplir 40 años implicara volverme, de pronto, un anciano. Y por mucho que intentaba no dejar que mi pensamiento se dirigiera en ese sentido, sabía que mi cerebro proseguía con ese hilo, subrepticiamente, allá donde no podía verlo pero si sentirlo. En los últimos tiempos cumplir años era un placer, porque estaba gozando de la vida como nunca antes lo había hecho. No me sentía más viejo, sino más pleno, no se acumulaban los años, sino las experiencias... Pero ahora, de golpe, parece que todo se torcía por un simple número. Nada más que un número.

Menuda gilipollez.

Pero sin embargo, sí que hay un momento este año en el que mi existencia se transformó, para siempre. Y se justo cuando fue.

El dos de enero, a las 21:00, cambio mi vida.

Una hora y media después nacía Marco.

Ese espacio de tiempo, esa eternidad de 90 minutos, es el más terrorífico que he vivido jamás.
Aún me cuesta (y no creo que eso logre superarlo jamás, esa sensación seguirá conmigo, para siempre) volver a recordar a esos momentos sin que mi cuerpo se estremezca. De cómo ir a cenar una pizza se tiñó de rojo, de ese miedo tan salvaje que nos asaltó, de ver como el mundo parecía derrumbarse a nuestro alrededor.  Soy capaz de rebobinar a cámara lenta cada uno de esos instantes, de que en mi mente resuene cada palabra, de resucitar la angustia mortal de cada uno de esos segundos. 
No recuerdo las caras de esos ángeles que vinieron a salvarnos a todos (porque nos salvaron a todos, no sólo a mi hijo y a mi mujer) porque en aquellos momentos hubiera sido incapaz de memorizar cualquier rostro. Eso me jode, me jode muchísimo, porque si alguna vez me los volviera a encontrar sería incapaz de darles las gracias como se merecerían.

Y luego, su marcha, mi soledad momentánea, la soledad más enorme que he sentido nunca. Me recogieron, alguien que siempre está ahí cuando lo necesitas, llegamos al hospital.

Allí, más angustiosa espera, una llamada, y unos minutos de breve respiro, al poder ver qué madre y bebé estaban bien. Pero empiezas a ver caras de preocupación entre el personal, sabes que no te lo quieren decir, pero en sus rostros te lo están diciendo. Algo no va bien.

Y de nuevo, otra vez la espera, mientras en el interior del quirófano se está jugando todo. Y entonces, como durante todo ese tiempo,  te vuelven a asaltar el mismo pensamiento, una especie de pacto con el destino: si tienes que llevarte a alguien, que sea a mí, pero deja que ellos vivan.

Ahora rememoro eso, llorando mientras escribo esto (si, los hombres lloran, y pienso seguir haciéndolo, cada vez que me emocione) y es cuando entiendo que lo de cumplir los cuarenta no es más que una inmensa basura. Que en realidad, desde ese día, todo lo que viva es vivir de más, que volví a nacer, y poca gente puede tener esa inmensa suerte, y sólo me toca dar las gracias por tener esa oportunidad.

Se abre la puerta. Cuando a veces se dice que una imagen vale más que mil palabras, nos quedamos cortos. No recuerdo tampoco el rostro de la enfermera que salió, pero si su sonrisa. Esa cara de “todo fue bien”.  Antes de que dijera nada, pude volver a respirar. Me dijo que ella estaba bien, que tenía que recuperarse de la operación. Y que si quería pasar a ver al niño. La seguí, cojeando, física y mentalmente.

Me dejó sólo, en un pasillo. Por un segundo, pensé que se había equivocado, allí no había nada. Hasta que me giré. Y desde allí, desde la incubadora donde reposaba de su llegada a un nuevo mundo, me dirigieron la mirada más intensa que jamás he recibido. Porque sin realmente mirarme la sentí dentro de mis entrañas. Y empecé a llorar.



Jamás he sido tan feliz como durante ese llanto.

Este año ha sido uno de los más duros que recuerdo. Comenzó de una forma abrupta, y desde ahí parece que decidió continuar esa senda. No ha sido fácil, y estuvo lleno de altibajos, de muchas noches en vela, dudas, cansancio, desencuentros y sufrimientos. Tener un hijo es algo maravilloso, pero infinitamente complicado.

Y sin embargo, es imposible arrepentirse. Semana a semana vas enamorándote de esa criatura que depende de ti, hasta el punto que uno sola de sus sonrisas vale más que cualquier otra cosa que sucediera en el día. Sabes que tu escala de valores ha cambiado, que cosas que creías importantes no lo eran tanto. Eres diferente, de una forma que nunca se podrá entender hasta que le suceda a uno. No es un secreto, pero no se puede explicar. Te has convertido en Padre, y ese es el mayor de los títulos posibles que jamás podrás tener. Al menos en mi caso. No creo que nada de lo que he hecho o vaya a hacer, sea más importante que haber tenido a mi hijo.

Y ahora, cerremos el círculo. Volvamos a aquel (ya tan lejano) párrafo con el que comenzaba esta historia. Ahora han cambiado las tornas, y estamos viendo la escena desde el lado contrario. Un mismo actor, haciendo los dos papeles, con unas cuantas décadas de diferencia. Dicen que el mundo es un gran escenario, pero es inútil que esperemos los aplausos al final de la función. Ya no los escucharemos, cuando suenen.

No, nunca sabremos todo. De hecho, lo más cerca que estaremos jamás de la sabiduría es cuando comprendamos que cuanto más sepamos sobre cualquier tema más dudas tendremos, y menos certezas. Y entender que no se trata tanto de lamentarse por lo que no tuvimos, sino de disfrutar de lo que tenemos.

Mañana se cumplirán cuarenta años desde que nací. Hay partes para olvidar, muchas hojas en blanco, y desde hace un tiempo, un frenético garabateo, en busca de recuperar el tiempo perdido.

También mañana se cumplirá un siglo del nacimiento de Frank Sinatra. Y quiero terminar esto con una canción suya. Esperando poder decir, al final de mis días, lo mismo que canta él, que viví la vida, mejor o peor, pero a mi manera.



Fin

Posdata: Quisiera dedicar esto a una maravillosa persona, @cchurruca, que nos dejó hace unos días, demasiado pronto. Nadie puede vivir por otra persona, pero si intentar aprovechar la vida al máximo, en su homenaje. Eso haremos, te lo prometemos. Buenos días.