Quizás esta corra el peligro de ser otra de esas empalagosas cartas de amor. Puede que después
de leerla uno deba salir corriendo a hacerse algún análisis para comprobar su
nivel de azúcar.
Quién sabe, el encuentro entre mi ñoñería habitual y el
peculiar estado de ánimo en el que habita mi espíritu es capaz de perpetrar algo
tenebrosamente pasteloso, el equivalente literario a cruzar un oso amoroso con Hello
Kitty.
Pero me apetece. Es como entrar en una habitación blindada,
y encontrar frente a ti un panel con un enorme botón rojo rodeado por carteles
de “No pulsar” en diez idiomas. Que alguien sea capaz de negar que, aunque sea
en lo más recóndito de su mente, no pasa por su cabeza por un segundo la idea
de tocarlo.
Pues yo he decidido pulsarlo. Y si queréis libraros de la
previsible y dulce explosión, mejor que abandonéis aquí la lectura.
El eco con el que son devueltas mis palabras deja claro que
me encuentro de nuevo solo. Casi mejor así. Esto es algo en lo que nadie puede
ayudarme, a lo más darme cierto apoyo moral antes de retirarse en busca de un
refugio seguro.
Intentar expresar a través de unas líneas en negro lo que
una persona ha podido significar para otra es uno de esos retos que de tan
repetidos parecen casi inútiles. Alguien racional y equilibrado podría pensar
que ya está todo dicho. Que no merece la pena cargar al mundo con más folios
llenos de babosa prosa de color rosa. Que mejor busque en alguna biblioteca un
buen libro y copie de allí las palabras
que un verdadero escritor dejó sobre el tema.
Y puede que tengan razón, a su manera.
Pero uno, aunque no lo parezca, es rebelde en ciertos temas.
Y el creer que mis sentimientos, por muy parecidos que puedan ser a los que han
afectado a otros millones de seres a lo largo de la historia de la humanidad
son únicos, es uno de ellos. Seré individualista, pero igual que nadie puede
vivir mi vida, nadie puede sentir mis pasiones.
Así que a pesar de que lo ideal sería dejar en manos de auténticos
expertos la expresión de las mismas, prefiero ocuparme personalmente del asunto. Chúpate esa, Chespir.
Lo malo, claro, es que uno no sabe demasiado bien que
decir. Es fácil escribir sobre lo agradable de darse un refrescante baño en
una playa de aguas cristalinas en mitad del verano. Pero que alguien que nunca
disfrutó de ese placer sea capaz de sentir lo que realmente implica dicho acto
a través de una lectura es otra cosa, un desafío imposible para la mayoría de
las plumas.
Y cuando uno tampoco
comprende lo que le sucede, mas allá de estar envuelto en un permanente
remolino de sensaciones opuestas, la dificultad de la empresa aumenta.
Quizás…quizás debería abandonar, despedirme antes de
defraudar a la audiencia. O tal vez…
Podría intentar simplificar las cosas, reducirlo a lo
esencial.
Mirar tus ojos, por ejemplo. Intentar descubrir lo que hay
detrás de esas cortinas verdes. Lograr ponerte nerviosa mientras mantengo la
mirada centrada en ti. Enamorarme de nuevo cada vez que admiro tu rostro de mil
matices, recorrer con mis dedos tus mejillas, acercar mis labios a los tuyos.
Y besarte.
Y descubrir que como siempre, cada vez es distinto. Que no
me canso de saborear tu boca. Y no sé si lo hare nunca.
O comprobar que cada vez que voy a verte sigo sintiendo un
nudo en el estomago, que no se deshace hasta que abres la puerta y te veo. Que
me siguen dando calambres cada vez que tu mano roza mi piel, que mi cuerpo
continua temblando al ritmo de tus caricias. Que cada día que paso sin verte lo
paso pensando en ti, que tu voz me sigue sonando a música, que incluso añoro
esa manera especial que tienes de calentarte la cabeza con bobadas o tu
peculiar sentido del humor…
Es paradójico que al tiempo que me has liberado de cien
traumas hayas logrado encadenarme con tu encanto, pero uno sabe que los
eslabones que me atan no son de acero, y que si siguen manteniéndome sujeto es
mas por mi voluntad que por tu deseo.
El tiempo ha pasado desde aquella noche de abril. Pero ya no
pasa como antes. No es un simple transcurrir sin más propósito de que la vida
avance. Ahora cada segundo tiene un significado especial, porque es un tiempo
compartido.
No sé, sigo sin dar con la clave para definir lo que
significas para mí. Pienso por un momento que debería darte las gracias,
cubrirte de rosas y envolverte en joyas. Pero en el siguiente segundo
preferiría desvestirte, para volver a disfrutar de ese cuerpo de Diosa al que
adoro.
No, realmente no soy capaz de describir lo que siento, ni de
enlazar con coherencia lo que tu presencia provoca en mis sentidos. Pero al
menos, se una cosa.
Que aunque siga teniendo miedo al futuro, estoy deseando que
llegue.
Porque espero que sigas allí, conmigo.