sábado, 24 de julio de 2010

Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve

Uno de los múltiples conflictos que a lo largo de los siglos han enfrentado a británicos y españoles tiene el curioso honor de poseer el tal vez más extraño nombre dado a un enfrentamiento bélico, La guerra de la Oreja de Jenkins.

Tal denominación le fue dada porque entre los motivos más o menos formales de la declaración de guerra, el principal “casus belli” fue el tratamiento recibido por un contrabandista ingles.

Este, el capitán Robert Jenkins, fue apresado por un buque español, cuyo comandante le castigó con el corte de su pabellón auditivo, al tiempo que le fustigaba verbalmente con la siguiente frase: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».

Mas tarde, Jenkins fue presentado ante el parlamento inglés, donde contó su versión de la forma mas dramáticamente posible…oreja en mano.

La cámara, escandalizada y conmovida (y espero que algo asqueada), se decidió a apoyar la beligerancia…

De todas formas, debemos entender que todo esto no fue más que un pretexto, y que los verdaderos motivos tenían mucho más que ver con el dominio colonial y del mar, y las concesiones comerciales. Basta para comprender lo dudoso de la indignación inglesa, que el incidente de la oreja tuvo lugar en 1731, y la exposición en el parlamento y la declaración de guerra…en 1739. Algo lentos de reflejos, cuanto menos.

martes, 20 de julio de 2010

La decisión


Para la mayoría, la vida, su vida, no es mas que un continuo autoengaño, un eterno mirar hacia delante sin fijar la vista hacia ningún parte, intentando no ver que no se ve nada.

A veces sin embargo, algunos son bendecidos con momentos de lucidez, serenos instantes donde los afortunados, como si un rayo cercenara por un segundo el manto de la noche, captan la luz en mitad de la oscuridad y esta les revela algunos de los secretos que se ocultan tras tanta negrura.

Así es como me siento desde las 18:55 de hoy. Supongo que saber que uno va a morir, dolorosamente además, con refinada crueldad (aquí reconozco que me dejo llevar por la hipérbole, en cuanto a refinamiento, mis ejecutores poseen el mismo que un grupo de Mandriles en celo) y entre abundantes dosis de brutalidad elemental, ha sido un elemento capital en esta especie de místico encuentro con la descarnada realidad.


Pero creo que mereció la pena. A pesar de lo oscuro y breve de mi futuro, por fin me siento libre y pleno, y por eso, siempre estaré en deuda con Deogracias Martínez.

Todo empezó hace dos días, la víspera del PARTIDO, con mayúsculas. Mientras acudía a sacar el porsche del garaje, para dirigirme a la concentración, me di cuenta de que algo extraño sucedía. Reconozco que no soy excesivamente avispado fuera del terreno de juego(allí me transformo, como garrapateo sobre mi algún escribiente de florida pluma, “mente y balón son uno en el, sus pases ,letales invitaciones a la violación de la puerta contraria, su mera presencia, una sombra que desquicia a los rivales y engrandece a los compañeros…”), pero el que dos tipos del tamaño de armarios roperos te apunten con sus armas mientras te “invitan” a conversar con ellos, haciéndote una de esas propuestas que no se pueden rechazar, basto para hacerme entender que ciertamente, aquello se alejaba de lo cotidiano.

Al parecer, cierto poderoso elemento del crimen organizado nacional, había decidido que no podíamos ganar el partido. El motivo no me fue aclarado, pero la cosa era que yo, como jugador estrella de mi club, debía impedir que tal cosa aconteciera. Cuando les pregunte que pasaría si me negaba a colaborar en su propósito, tengo que confesar que, a su tosca pero no por ello menos efectiva manera de expresarse, me convencieron de que tal eventualidad debería quedar descartada.


Tras esta pequeña charla informal, se marcharon (uno de ellos intento rayarme el deportivo con una llave, supongo que para crear mas “efecto”, pero se le partió, así que se conformo con romperme de mala gana un faro de una patada) dejándome sumido en un mal de dudas. No se crean, no sobre el sentido del honor, el ser o no ser hamletiano, el si debía traicionar a mi equipo o mantenerme integro, sino mas bien en el modo de hacerlo sin que se notara demasiado. Y es que uno le tiene bastante aprecio a la propia piel, con eso, no se juega.


Por si alguien se pregunta porque no fui inmediatamente a la policía, aparte de que mis “amigos” de la cosa suya me recomendaron encarecidamente que no cometiera tal desliz (entre diversos gestos que dejaban claro lo que le ocurriría a determinada parte muy apreciada de mi cuerpo en caso de que tal hecho sucediera), en un país donde hasta los ministros se venden, no era cosa de confiar mi cuello a unos pobres desgraciados con cuyos sueldos no llegaban a final de mes. Creía en su honorabilidad, pero también en que esta tenia precio, y en que tal precio podía ser pagado.

Llegue tarde y nervioso a la concentración. El entrenador me hecho un rapapolvo, pero en lugar de descartarme para el partido, hizo recaer sobre mi la responsabilidad de la victoria. Gracias hombre…
Cene mal y dormí peor, en mi mente iba repasando una y otra vez de que forma cometería la indignidad, como acuchillaría por la espalda a mi propia gente…

Al levantarme aun no había dado con la clave, tras desayunar pensé que lo mejor era auto expulsarme, pero tras la comida, me dije que si a pesar de eso, ganábamos, el castigo seria igual.
El autobús nos recogió a las 3. Por las calles, vimos desfilar a legiones de fororos con nuestros colores, y no pude evitar sentir una punzada de remordimiento. 


Llegamos al estadio, nos cambiamos mientras recibíamos las ultimas consignas del mister, que antes de salir me dio una palmadita en el hombro, mientras expresaba lo mucho que confiaba en mi…
Las 16.55, salimos por el túnel, el sol sobre nosotros, retumba la cancha, miles de gargantas gritan nuestro nombre, la pasión estalla en la grada, convertida en campo de amapolas.

El arbitro sortea el terreno, tengo una extraña sensación al estrechar su mano, su cara, adusta, su mirada honrada, me hacen sentir aun mas miserable.

Apenas hay nada que contar de la primera mitad, miedo a perder, nervios que atenazan, fútbol de contención, cuando el colegiado pito el final, todo seguía igual, y yo aun no había hecho nada por mi misión.
Al bajar a los vestuarios, sobre mi banca, encontré una tarjetita. Al abrirla, sufrí un estremecimiento, contenía la foto de un tipo bastante maltrecho (el que careciera de cabeza contribuía a ello), y una sola palabra, por detrás: Hazlo).

Me temblaban las piernas al ascender de nuevo hacia el terreno de juego, no sabia como, pero tenía que hacer algo. Comenzó la segunda parte, los minutos pasaban, y me encontraba cada vez mas desbordado. En una jugada de ataque contrario, desesperado, zancadillee a un rival dentro del área. Pita el árbitro. Penalti, aquí se acaba todo.

Pero no, tarjeta amarilla al contrario, por tirarse, silbidos en la grada, protestas de nuestros contrarios, mientras en mi mente me ciscaba en la ascendencia de colegiado hasta la novena generación.
Las 18:52, faltaban cinco minutos para el final, yo deambulaba por el campo sin rumbo fijo, sin saber de que forma influir en el resultado, cuando, en un contraataque fulminante, un compañero cae en el área. Penalti, si, ahora penalti.

Me lance hacia el balón, sin dudarlo, en ese momento, mi cabeza pendía de un hilo, y si marcábamos…le arrebate la pelota al delantero del equipo, un brasileño que me miro con rabia, pero al que mis galones echaron atrás. Espere a que se calmara el alboroto, coloque el esférico en el punto correcto, cogí carrerilla, espere a que el arbitro pitara y…

Falle, por supuesto, lo lance al 5º anfiteatro. Baje la cabeza, intentando parecer abatido. Nuevo pitido. Sacaría el portero de puerta…

Pero no, al parecer algún imbecil había entrado en el área, y tocaba repetir el penalti.
Esta vez coloque con mas cuidado aun el balón, me detuve unos segundos, espere a que el colegiado me diera la señal, corrí, y chute.

Y volví a fallar, esta vez no tan escandalosamente, ajustando el tiro a la derecha. Alce los brazos, como protestando por la injusticia del mundo. Nuevo pitido. Se tiene que repetir el penalti.

Aquí, el caos, el árbitro es rodeado y zarandeado, aparecen tarjetas de varios colores, y entonces, en mitad del desbarajuste, es cuando, como Saulo camino de Damasco, sufro una iluminación. 18:55.Es el destino, el destino quiere que marque, no puedo permitirme fallar ese penalti, el partido debe de ser vencido, sin duda algo mucho más profundo y valioso que mi vida esta en juego, para el devenir de la humanidad. Y me decido, afronto mis terrores, repito el ritual con la pelota, miro desafiante al cancerbero, como retándole a que intente evitar que escape del infierno, y vuelvo a lanzar.

Y el portero lo para. El mundo me da vueltas, no comprendo nada…y nuevo pitido.

Otra vez hay que repetirlo. Pienso que el arbitro es una especie de arcángel sobre el césped (me temo que tal idea no era compartida por los jugadores contrarios, que le atribuian otro tipo de parecidos más zoológicos), agarro de nuevo la pelota, y tiro, por cuarta vez.

Gol, gol, gol…por fin, se termino, alea jacta est, he pasado el Rubicon, y ya no puedo volverme atrás. Al minuto, el partido acaba. Apenas atiendo a lo que me rodea, a los ánimos de mis compañeros, las preguntas de los periodistas, a la algarabía de los hinchas…han pasado unas horas, y posiblemente no me queden muchas mas en este mundo. Junto a una botella de güisqui semillena, mientras la voz de Nat king cole desgrana con su peculiar castellano las estrofas de Piel Canela, aguardo expectante a que la parca, con forma de esbirro malencarado, acuda a recogerme. Pero no hay prisa, yo espero, pensando en Deogracias Martínez, el juez de la contienda, que perdió mi vida, pero salvo mi alma. Esta copa va por ti, macho.

Diario personal de Raimundo Deogracias Martinez, colegiado, dia 12 de …. Del 20…

Inútil, dios mio, que tipo más inútil, cuatro veces tuvo que tirar el maldito penalti para colarlo, ni hecho a propósito. Y mientras, yo jugándome el pellejo, como no ganaran, el Don la hubiera usado para jugar a los bolos, y mis pelotas como canicas…estrellitas de medio pelo, mucha técnica y mucho mamoneo, pero en los momentos claves, se cagan…

Posdata: El Penalti...

domingo, 4 de julio de 2010

Crónica de un cero a cero

El partido comenzó bien, se saco de centro.

Lastima que a partir de entonces, decayó, y decayó, y decayó…Einstein debió ser aficionado al fútbol. Solo así se explica lo de su teoría de que el tiempo es relativo. Se le tuvo que ocurrir viendo algún partido. En ningún otro lugar queda tan claro lo largo que pueden hacerse tres cuartos de hora.


Mientras sobre el terreno de juego los jugadores se esforzaban (en demostrar que lo suyo, sin duda, no era el fútbol), en las gradas los espectadores experimentaron todo un rosario de sucesivos estados emocionales. A la sorpresa por el crimen deportivo que estaban presenciando, le sucedió la lógica indignación, que se transformo posteriormente en aburrimiento, para pasar por fin a un estado que se podría definir de pesimista aceptación, como la que muestran los suicidas antes del fin.


Suerte que, entonces, el árbitro pitó el descanso, sin un segundo de prolongación a la agonía. Impecable el colegiado, un monstruo, que control del tempo del partido, que habilidad musical en sus pitidos, que gallarda forma de mostrar cartulinas. Los jugadores, emocionados, casi se veían obligados a darles las gracias por hacerles objeto de su atención.


Algunos espectadores aprovecharon el descanso para escapar del estadio. Huir es de cobardes, pero pocos se lo reprocharon. Se oían algunas frases perdidas entre los asistentes: “De algo hay que morir”, “ya no puede ser peor”, “uno tiene vocación de mártir”,”no, no he visto que hayamos jugado mal, pero es que soy ciego”,”suerte la suya”, que nos permiten hacernos a la idea del estado de animo de la afición.


La segunda parte se desenvolvió con un ritmo mas vistoso, incluso se llego a escuchar un uy, producto de la caída de un vendedor de palomitas en la grada. De vez en cuando se escuchaba también un run run de fondo, que por momentos parecía presagiar tormenta. Eran los ronquidos de los que no habían podido contener el sueño.


Los ataques del equipo local se desarrollaban coordinados, en una disposición clásica, que permitía jugar casi de memoria…al equipo contrario. La principal cualidad de la táctica del entrenador de Unión es el trato a la imaginación. Una vez la localiza en alguno de sus jugadores, rápidamente la encierra y la elimina, como se merece, la muy anarquista. Orden, orden y orden es su lema. Lastima que equivocara su profesión, que gran policía perdió el país.


Mención especial al delantero Ariel Fachinetti , un crack, que nos recordó por momentos a aquel mítico extremo, Mauricio “el Pancho” Rivera, que tantas tardes de gloria dio a la afición del Real…cuando jugaba en el atlético.


El cerebro del equipo(o lo debe de ser, por el tamaño de su testa) Domingo Garrido, podría escribir varias manuales sobre como excitar a un balón, de tanto que lo toca, lo toca ,lo toca...(deberían acusarle de algún delito sexual contra el inocente esférico). Que lo haga, y libere al fútbol de su presencia.


En cuanto al conjunto visitante, los rojos del Internacional, un par de veces intento el contraataque. En una ocasión incluso, cruzaron el centro de la cancha. Rápidamente, el autor de tal ofensa fue substituido.


El final del partido se desarrollo sin incidentes, los jugadores, desde el centro del campo, aplaudiendo mientras el respetable abandonaba las gradas, meritorio esfuerzo el suyo.


Como escribió el celebre cronista deportivo Oswaldo “Tato” Menéndez, en la feroz crónica de la final entre Nacional y Deportivo del 69: “Nunca tantos hicieron tan poco por todos”.


Los arqueros, al concluir el encuentro, fueron obligados a pasar por taquilla.