viernes, 16 de abril de 2010

Su palabra se convirtió en ley y la ley en mi palabra

Muchos otoños han dejado caer sus hojas desde que ella murió, y aun ahora me parece estar viéndola junto a mí en el momento de escribir estas líneas.

Su rostro de rasgos duros y decididos me mira mientras esboza una ligera sonrisa, como riéndose de mis vanos esfuerzos por olvidar su recuerdo.

Y hace bien porque es inútil, nadie que hubiera tenido oportunidad de conocer a Mariel podría alguna vez dejar de recordarla, y yo, que fui su único amor, la única persona que la conoció de verdad más allá de su imagen publica, apenas paso unos minutos sin soñar con ella, sin pensar en ella, sin llorar por ella.

Se me aparece de repente la imagen de nuestro primer encuentro, cuando, en mi impetuoso galopar por mitad del bosque tras los pasos de un ciervo herido, un claro surgió de repente, y dentro del claro, una cabaña.

Allí, tendido en tierra con mi dardo clavado en el lomo, un macho de grandes astas agonizaba mientras una mujer, oculto su rostro por una larga melena, acariciaba con suavidad su cabeza.

En mi arrogancia juvenil le grite que se apartara, mientras introducía otro dardo en la ballesta, decidido a acabar con el sufrimiento de la bestia y cobrar tan valiosa pieza.

Pero ella ignoro mis palabras, y continuo en su labor sin ni siquiera una palabra de protesta o una mirada de suplica.

Enfurecido, baje de la montura y me dirigí hacia ella, apartándola de un fuerte empujón.

En ese momento, mi vida y la de mi reino cambio por completo, para nunca volver a ser igual.

Pues su rostro se mostró a mis ojos, su mirada traspasó mi alma y mi corazón fue suyo, y desde entonces su palabra fue ley y la ley mi palabra.

El que el hijo del rey se desposara con una extraña joven que vivía solitaria en una cabaña en mitad de la misteriosa floresta fue objeto de murmuraciones, rumores de brujería y habladurías de comadres solteronas, y a fe mía que a pesar de mi inquina contra tales sandeces propias de mentes estrechas e ignorantes en esta ocasión no podía dejar de entender su aparición.

Pero el poder de Mariel no estaba en sus hechizos, que no poseía, ni en sus pócimas, que no usaba, sino en la fuerza que irradiaba de su rostro y la voluntad que iluminaba sus ojos.

Y fue gracias a ella, a su hábil dirección, sus sabios consejos y su eterna confianza en mi, pobre y ridículo heredero de una dinastía decadente y fatua, mas dedicada a la caza y los banquetes que al bienestar de su pueblo, que a los pocos años de subir al trono, nuestro reino( y digo nuestro porque lo consideraba y aun lo considero más suyo que mío) se había alzado floreciente como no lo estaba desde muchas generaciones atras, las cosechas eran abundantes, el clima benigno y la alegría se mostraba en los rostros amables de los campesinos.

El pueblo adoraba a su reina, y su reina vivía por él.

Mas nada es eterno, y los días felices terminaron bruscamente.

El reino vecino, más grande, más poderoso y gobernado por un rey ávido de riquezas y amante de las batallas , con una burda excusa invadió nuestro territorio, y en medio de crueles derramamientos de sangre, incendios y saqueos, avanzó con facilidad hasta presentarse un dia delante de las murallas de la capital.

Todo estaba perdido, los reducidos restos del ejercito, desmoralizado, apenas podían pensar en defender la ciudad, llena de aterrados refugiados, de las hordas siniestras del rey oscuro.

Y en la hora más aciaga, cuando la noche moría y el amanecer daría paso a un dia rojo de sangre y fuego, ella se acerco a mí, beso con amor mis labios y me dijo que partía.

No, pensé, ella no podía abandonarme también, podía perder mi reino sin que mi mente se nublara, pero si la perdía a ella el corazón me estallaría en mil pedazos y la vida se convertiría en noche eterna.

Sin embargo, de repente comprendí que sus palabras no eran las de un cobarde abandono, sino la de una dulce despedida.

La busque desesperado, pero ya no estaba en palacio.

Sonaron las trompetas. Todos, villanos y nobles, valientes y cobardes, nos dirigimos hacia las almenas, la hora final había llegado.

Y la vimos. En mitad del camino entre los recios muros de piedra y las toscas tiendas de los enemigos, ella, indefensa y sola como una oveja entre una manada de lobos, aguardaba el avance de los salvajes guerreros.

Tan sorprendidos como nosotros, permanecieron expectantes, aguardando las ordenes de su vil general.

Dudoso al principio, una sonrisa rastrera surgió de su rostro mezquino.

Acercándose a uno de sus ballesteros, le arrebato el arma, apunto con esmero, y dejo que la saeta, inconsciente aliado de tan horrendo crimen, se clavara con furia en el pecho de mi amada.

Y así expiró, sin un grito de dolor, ni una palabra de despedida.

Pero su cabeza si se giró hacia la ciudad, y sus ojos me miraron por ultima vez.

A mí. Y a todos. Cada una de las personas que nos encontrábamos allí ese dia, sentimos que esa mirada iba dirigida a nosotros, que nos obligaba a luchar por lo que era nuestro, y a no dejar que su muerte fuera en vano.

Y no lo fue. Tras unos segundos de silencio y conmoción, al que siguió un horrendo rugido de alegría entre las tropas enemigas, como si de una manada de hienas se tratara, una sorda cólera invadió nuestras mentes. Hombres y mujeres, ancianos y niños, incluso los enfermos y los heridos, con armas improvisadas y a manos desnudas, salimos por las puertas, mientras los soldados atacantes se miraban entre ellos sin poder explicarse lo que estaba sucediendo.

Y, cuando tras una lucha en la que no se concedió cuartel y de la que ninguno de ellos pudo volver a su hogar para relatar su derrota ,la cabeza del tirano se elevó sobre un poste en medio de los cadáveres de sus guerreros, mientras su anonadada mirada permanecía como mudo reflejo de una sorpresa inaudita.

Después de la batalla buscamos el cuerpo de Mariel inútilmente. Como por arte de magia se había desvanecido, como si ella y todo lo que significara no hubiera sido nada mas que un hermoso sueño.

Los años transcurrieron lentamente a partir de entonces. Con el tiempo el país resurgió de sus cenizas, y aunque nunca volvieron esos dias en los que ella estaba entre nosotros, que se convertirían en una edad de oro más propia de leyendas que de historias reales, la paz volvió a reinar en la tierra.

Ayer, presa de la nostalgia, volví al lugar donde la encontré aquella lejana mañana.

El claro seguía allí, pero ninguna cabaña se mostraba ante mis ojos, ni nada hacia pensar que en algún momento algún humano hubiera morado en aquel lugar.

Pero ese era el sitio. La cornamenta del ciervo permanecía allí, casi oculta en una envoltura de enredaderas que mostraban sus rojas flores abiertas.

De la muerte nacía la vida.

Y por fin lo recordé. Cada vez que estaba con ella un borroso recuerdo de infancia pugnaba por aparecer en mi mente, pero mi memoria lo olvidaba sin haber dejado mas que una tenue mancha de su presencia.

Era una especie de canción que decía así:

De la abierta herida de un animal

El alma de país, su sentimiento,

Surgirá en la hora amarga de la necesidad,

muriendo por salvar al pueblo

de la misma muerte de la que nació

en un eterno circulo sin fin

3 comentarios:

  1. que genial ,me gusta mucho de verdad. Espero que de vez en cuando sigas subiendo alguna cosita que podamos disfrutar.

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  2. Madre mía...me he emocionado y todo cuando ella muere y sale todo el pueblo enloquecido a luchar, para que su muerte valga la pena.
    Me ha encantado, de veras y voy a seguir leyéndote.
    Un saludo.

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  3. Gracias Msa,esa escena es también mi preferida ;-)

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