miércoles, 16 de febrero de 2011

El corazón de la ciudad

La fina y helada lluvia que no paraba de caer tenia la ventaja (al menos) de distraer nuestra atención del paisaje.

Era este uno de esos escenarios que muestra sin pudor el lado oscuro de la civilización, una matanza de la estética en hormigón, el marco ideal para la andanza de los hombres grises de Ende o Serrat.

Y sin embargo, esta descripción no hace justicia a esta jungla de asfalto.

Y es que las palabras son importantes, pero las sensaciones, aun más. Y contemplar las oscuras aceras, la suciedad del ambiente, los rostros inexpresivos, como de muertos en vida, de los habitantes del suburbio, producían un vacío en el alma, una especie de podredumbre vital, como si un moderno vampiro, émulo de los compañeros de Drácula o el ministerio de hacienda, hubiera absorbido la alegría, el color, el amor, todo lo que hace la vida mínimamente aceptable. Si, incluso estoy seguro que la cerveza estaría caliente…y las mujeres, frías.

Caminar por una de estas calles es uno de esos retos diarios, de esas ocultas hazañas que jamás saldrán en los papeles, y que convierte en auténticos héroes a anónimos ciudadanos. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para no hundirse en la desolación al tener que vivir en un ambiente así, para no intentar poner un remedio definitivo a la situación…

Árboles desteñidos, cuando los hay, alguna camaleónica cabina que terminó adoptando la atonalidad del entorno, farolas cuyas luces, mas que vencer a las tinieblas, parecen rehenes de ellas. Como las casas, todas iguales, todas horribles, más que moradas, prisiones, que mantienen encadenados a sus habitantes a este infierno moral.

Dan ganas de gritar de rabia, de aplastar bajo las cadenas de un buldózer tanta miseria, tanto esfuerzo malgastado, tanta corrupción espiritual…

Y entonces, cuando estas lleno de tan saludables pensamientos, cuando sin dudarlo apretarías ese botón grande y rojo de las películas, oyes un grito, después, mil, diez mil. Una ola de emoción sacude la atmósfera, por un momento parece que el invierno de la amargura podrá dar paso a una primavera de felicidad. Y sigues caminando, esta vez con el más importante de los alicientes en tu interior, la esperanza. Y al torcer una esquina, igual a las cien esquinas anteriores, todo cambia. Y vuelves a oír otro rugido, que como una riada mediterránea se extiende y se expande, ahogando todo lo negativo.

Y lo que al parecer no era más que un alarido sin significado, crece y se hace palabra, y se escucha, repetido por miles de gargantas, al tiempo expresión de libertad, de comunión humana, de bálsamo contra el desaliento. Y por un momento, todo lo que merece la pena, puede resumirse con tres mágicas letras:

GOL.

Posdata: Este cuento partió de la foto que os dejo debajo, ella es este relato.

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