domingo, 12 de junio de 2011

Cuando nacen las islas

-Capitán,¡se nos echa una isla encima¡
-¡Piloto,las islas no se mueven, si no se llamarían barcos¡
-Pues capitán…¡se nos echa encima un barco jodidamente grande¡

Las nunca contadas aventuras de fankunter y wilmor

Lo más curioso de narrar una historia como esta es la paradoja permanente en la que nos moveremos, por la cual, lo mas sorprendente e irreal es lo realmente cierto, y lo que mas real parece, lo que la imaginación creó.

Retrocedamos atrás en el tiempo, unos 150 años.

Nos encontramos en un mundo que avanza cada vez mas deprisa, entre el denso y pestilente humo procedente de las calderas de vapor de ferrocarriles, barcos e industrias. Las minas se hunden en la tierra por millares, extrayendo de la misma un incesante caudal de minerales. El hierro y el carbón son los motores de una sociedad dinámica, llena de miserias pero plena de esperanza. La fe en el progreso, la seguridad de que el futuro será mejor no es un mito fenecido, sino algo lleno de actualidad. Gente como Verne era fruto de la era que le tocó vivir, y así lo demostró en sus escritos.

Y no solo la industria y el comercio multiplican su actividad, los exploradores (seguidos rápidamente de los militares y los mercaderes) terminan de dibujar el mapa de un planeta cada vez más pequeño, ceñido por los delgados hilos del telégrafo.

Europa, mientras ve desbordarse fuera de sus fronteras a millones de sus habitantes en busca de una vida mejor, extiende sus tentáculos sobre medio mundo. El colonialismo blanquea sus excesos en nombre de la extensión de la civilización occidental. Al tiempo, el auge de los nacionalismos hace morir a pequeños estados y renacer a viejas naciones…

Y es al sur de una de estas recién llegadas al tablero continental, donde comienza nuestra historia.

Italia, Junio de 1864. Tres años antes, Víctor Manuel II, el rey del Piamonte, se había convertido, de la mano de Cavour y Garibaldi, en el monarca del nuevo estado Italiano, una nación en la que aun se echaba en falta a Roma (donde el Papa intentaba inútilmente resistir lo inevitable) y el Veneto (ocupado por los austriacos).

Cuando los cañones apenas habían acabado de rugir (y tratándose mas, como se comprobó apenas dos años después, de una pausa momentánea que de un definitivo adiós) la naturaleza tomo su relevo.

Pequeños terremotos perturbaron la tranquilidad de los habitantes del sur de Sicilia. Durante varios días, el suelo no paró de temblar, y a lo lejos, en el mar, una columna de humo se elevaba cada vez más el cielo, como si se tratara de una inmensa hoguera.

El 25 de Junio llegaba al puerto de Palermo una pequeña goleta procedente de Malta, la “Berenice”, con una noticia sensacional.

A 30 kilómetros del pequeño puerto de Sciacca, del fondo del mar había surgido una nueva isla, aun humeante. Un volcán submarino, sin duda el responsable de los temblores, había hecho ascender hasta la superficie, gracias a los materiales expulsados en sus erupciones, una pequeña extensión de terreno. Pocos imaginarían por entonces que esa miserable roca en mitad del mediterráneo se iba a convertir en los meses siguientes en uno de los principales focos de interés dentro de la política continental.

La erupción prosiguió su curso, hasta que un mes después, al parecer ya aplacada, había hecho crecer la extensión del islote hasta poco más de 4 kilómetros cuadrados, con una altura máxima de 60 metros.

Para entonces, sobre la isla se llevaba discutiendo semanas en la prensa internacional (y en los gabinetes ministeriales), desde a quien pertenecía hasta su mismo nombre.

Y es que a la lógica reclamación italiana (Isola reunificazione) se le anticipó la británica (Graham Island), alegando su soberanía sobre Malta. Los franceses tampoco perdieron el tiempo en bautiza a la roca (Ille Julia) ni en solicitar su propiedad, acogiéndose a sus intereses comerciales y financieros en Túnez. España (que ni se molestó en renombrar el terrenillo), fue la ultima potencia que hizo constar su interés sobre la nueva parcela, en base a que la ultima vez que había estado emergida (rápidas visitas a olvidados archivos revelaron a los preocupados geógrafos que como mínimo en cuatro o cinco ocasiones, desde la época de las guerras púnicas, la zona había estado sobre el nivel del mar) el territorio pertenecía a la corona española.

Curiosamente, ninguno de estos nombres arraigo en la memoria colectiva, y si lo hizo en cambio el de Ferdinandea. Y es que a todas estas alegaciones soberanistas se le agregó la del depuesto rey de las Dos Sicilias, Francisco II, que desde el exilio quiso con el nombre escogido homenajear a su padre, el detestado Fernando II. Ya que reclamaba la devolución de su reino por parte de los Saboya, tenía su lógica que también solicitara la propiedad de la isla neonata.

Una vez estabilizada (más o menos) la actividad volcánica, estaba claro que el siguiente paso de las potencias implicadas era pasar del papel al terreno.

A lo largo del mes de Agosto, llegaron a las costas ferdinandeasianas el crucero protegido HMS Warrior , de la royal Navy, el acorazado Napoleón, de la marina imperial francesa y la fragata acorazada Principe di Carignano, de la regia Marina. La marina española no se digno en enviar barco alguno, y el ex rey de Las Dos Sicilias no tenia buque alguno que enviar.

Tras la flota, el ejército. De cada uno de los navíos desembarcaron pequeños destacamentos, que procedieron a izar sus respectivos pabellones nacionales en señal de soberanía. La considerable (y molesta) presencia de vapores volcánicos deslució desgraciadamente las ceremonias, dada la casi imposible visión de las banderas desde la lejanía. De hecho, se dio el caso de ver como el acorazado francés tributo honores al izado…de la bandera italiana. Al menos tenían la excusa del parecido…

Poco a poco, la rutina se hizo dueña de los hombres estacionados en tan desolado paraje. Con poco que ver, al menos que uno fuera un amante de las rocas volcánicas y del azul del mar, y “disfrutando” de la temperatura típica del mes de agosto en el mediterráneo (sazonada por el calor que emanaba del propio terreno), la vida en la isla se deslizaba lentamente, entre la instrucción, guardias eternas (¿Qué había que guardar realmente, ¿no es que nadie se fuera a llevar la isla, no? Se preguntaba mas de un ingenuo recluta), baños de mar para aliviar el calor y diversos entretenimientos para evitar el aburrimiento y mantener la forma.

Y aquí, justamente aquí, vemos aparecer el motivo que nos llevó a recuperar esta historia del olvido. Las fuentes nunca se han puesto de acuerdo sobre la fecha exacta, pero debemos localizar el evento entre finales de agosto y principios de septiembre.

Los británicos, tan amantes del sport, habían traído consigo diversos artefactos e instrumentos para practicarlo. A las carreras atléticas y la gimnasia, le acompañaban torneos de esgrima y combates de boxeo. Pero…un día, italianos y franceses, que observaban con curiosidad las actividades de los hijos de Albión, notaron un cambio. Alguien había delimitado un curioso terreno de juego, de grandes dimensiones, de forma rectangular, dividido en dos mitades. En el centro de cada uno de los extremos cortos se alzaban un par de postes, con una cuerda sirviendo de larguero. Poco después vieron llegar al campo a veintidós jugadores, que se dividieron en dos equipos. Alguien coloco en el centro del campo una esfera de cuero y…

Y ahí, en ese instante, comenzó todo.

Sin apenas entender las reglas, los espectadores no pudieron evitar sentirse impresionados por el brío y la intensidad de los deportistas. Cada vez que alguien introducía el balón entre los palos, un “goal” prolongado se escuchaba entre los jugadores del conjunto que lo había anotado. Al tiempo, el “Goalll”, se había extendido entre el publico, con los italianos apoyando a los “soldados” y los franceses a los “marinos” (ya que de tales armas eran los componentes de cada uno de los equipos en liza).

Para cuando los agotados players dieron por concluido el match, la fiebre del football había sido inoculada entre los asistentes.

Primeros los italianos y luego, con mas reticencias, los franceses, comenzaron a acudir al campamento británico para primero comprender y luego practicar el nuevo sport. Al poco tiempo, se concretó un encuentro, amistoso por supuesto, entre los combinados italiano y francés (los ingleses deportiva, y al tiempo altivamente, adujeron su innata superioridad para negarse a enfrentarse a alguno de ellos por el momento).

Y así, un 22 de septiembre, dos combinados con los mejores deportistas de cada uno de los dos destacamentos se enfrentaron, en un campo de cenizas, en el que fue el primer partido internacional de la historia, ocho años antes del que, según la historia oficial posee dicho honor, un Escocia-Inglaterra disputado en Partick (curiosamente en lo que ahora es un campo de Criquet) en noviembre de 1872.

Lo que nadie recogió desgraciadamente es el resultado del lance. Es casi seguro que fueron los italianos los vencedores, pero…según cuentan algunas crónicas, la escuadra gala se retiró antes del final de la contienda, agraviada por la excesiva dureza de los transalpinos. Pronto empezaban, dirá alguno

Debemos volver ahora al otro campo de juego, al de la política internacional, donde también se dirimía en esos momentos un apasionante encuentro.

Por suerte, la serenidad fue la nota predominante durante la crisis. Aunque Italia deseaba la isla como muestra de la fortaleza de su nueva personalidad y de la no aceptación de ocupación extranjera alguna en tierras que considerara como propias, no deseaba en modo alguno una guerra contra potencias de mucho mayor calibre, y a la que les interesaba tener de su lado en su inevitable enfrentamiento contra los Austriacos. A Francia básicamente lo que le interesaba de la isla es que la deseara Gran Bretaña, así que su codicia era limitada. Por su parte, los británicos casi se veían obligados a reclamar la isla por razones de prestigio, cosas de la grandeza imperial.

A lo largo de octubre, diversas personalidades visitaron la isla. El jefe de royal navy en el mediterráneo, Almirante Seaman, desembarcó, escaló la cima mas alta y plantó allí la Union Jack, en nombre de la Reina Victoria. El príncipe heredero al trono italiano, Umberto Rainerio Carlo Emanuele Giovanni Maria Ferdinando Eugenio, hizo lo propio con la tricolore, días después.

Por ultimo, a finales de mes, el ministro de exteriores francés, el profesor Prevost (un geólogo de gran prestigio) fue el que alzó la enseña tricolor en lo alto de una colina que se asemejaba por entonces al lomo de un toro repleto de banderillas. Se dice que fue en el mismo momento de colocar la bandera cuando pronunciara su mítica frase, inmortalizada mas tarde al dar nombre a una no menos mítica (aunque por otras razones) canción. Lo que el canciller galo dijo fue lo siguiente:

"Je t'aime... moi non plus"

Aunque nadie entendió por entonces tan exclamación (algunos hablarían posteriormente del gusto del mandatario por la absenta), la explicación llegó poco después. Como experto geólogo, el profesor había adivinado lo que el destino deparaba a la isla.

La escasa consistencia del material arrojado por el volcán, unida al incesante oleaje, estaba haciendo desaparecer el islote, al principio con relativa lentitud, a partir de noviembre con una rapidez creciente. El 1 de diciembre, los británicos, los primeros en llegar, fueron los últimos que arriaron su bandera, cuando el terreno emergido había quedado reducido a un centenar de metros cuadrados. Pocos días después, la isla desaparecía bajo las olas.

Dicho hecho aparece reproducido en la canción de la que antes hablábamos, en esta bella estrofa: "Tu es la vague, moi l'île nue"(Tu eres la ola, yo la isla desnuda).

A partir del 2000 la zona comenzó a elevarse de nuevo, y en el 2002 la roca sumergida se encontraba a tan solo cinco metros bajo el nivel del mar. Se habló de nuevo en los periódicos de la “isla”, aunque pronto volvió a caer en el olvido…como cayó lo sucedido el 22 de septiembre de 1964.

En una ceremonia casi privada, lejos de la publicidad de los medios, el patrullero italiano “Andrea Doria” navegando sobre el lugar donde cien años antes se alzó el islote, lanzó al mar un balón, atado a un peso de plomo. En breves segundos, el esférico se perdió en las profundidades…eso fue todo.

Y fue bastante.

Documentación Adicional

.Si os interesa conocer mas sobre Ferdinandea y su historia, podéis recurrir a la Wikipedia o, mejor aun, leer este delicioso artículo de un blog tan absolutamente recomendable como es el de Cabovolo. Por cierto, tal vez la isla reaparezca en el 2020...

Y si, esto es un cuento (aunque basado en buena medida en hechos reales, aunque en muchos casos trasladados en el tiempo), pero… ¿a que hubiera sido bonito que fuera verdad?

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